Manuel Rico. La densidad de los espejos
Hoy recuerdo la noche de verano del sesenta y nueve: afuera
la calima aquietaba la brisa y daba densidad
al tiempo en claroscuro en que habíamos crecido.
El hombre pisaba el fin la luna
y mi padre rondaba los cincuenta.
Era el verano del amor a tientas y de la paz ficticia.
Apenas conocíamos el color de la tinta que hablaba en el abismo,
la espesura sin fronda de un mundo subterráneo,
de casi aparecidos.
Así comienza Recuerdo con luna, uno de los poemas más significativos de La densidad de los espejos, el libro con el que Manuel Rico obtuvo en 1997 el Premio Hispanoamericano de poesía Juan Ramón Jiménez.
Veinte años después, lo reedita El sastre de Apollinaire con un epílogo –‘Los espejos y el tiempo’- de Manuel Vázquez Montalbán, que comienza con esta frase: “Cumplidos ya los 30 años, de pronto, sucede la memoria.”
Y lo abre un prólogo -'Recuerdo con luna'- en el que Manuel Rico evoca cómo surgió La densidad de los espejos alrededor de ese poema y cómo con ese libro “escribía y sentía que respiraba la voz definitiva, una voz poéticamente madura y, a la vez, distinta, hecha de búsqueda en el lenguaje y conciencia crítica, de memoria y cotidianidad, de vida y de Historia.”
En un apartado final, titulado Poemas paralelos, se rescatan tres poemas coetáneos y semejantes en tono y en tema, aunque rematados algo más tarde, a los que formaron parte de La densidad de los espejos.
El primero de ellos, Ríos de la vida, termina así:
la voz resuelta en tinta torturada,
en el empeño de escarbar en la vida,
en los ocultos ríos de la vida por encima del tiempo.
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