De amicitia
En 1977, cuando era ya un autor universalmente consagrado, evocaba Borges los 37 lectores que compraron uno de sus primeros libros, Historia de la eternidad. Recordaba que tuvo el deseo de conocer a aquellos lectores para agradecérselo, para pedirles disculpas y para prometer libros mejores. Y, con esa modestia irónica que tenía por costumbre, añadía que entonces, ya con 3.700 lectores, era como si no tuviera ninguno, porque la cifra, aunque no infinita, era inabarcable.
Lo recuerdo ahora, cuando, sobrepasados con mucho esos 3.700 amigos en redes sociales, sé que ese número no habla de la realidad, sino de una ficción virtual de la que sería ridículo jactarse.
Me jacto, eso sí, de haber filtrado de ese gentío a un puñado de indeseables que no podrán decir que son amigos míos ni en esta forma vicaria y ficticia de la amistad.
Son tan invisibles para mí como los 37 lectores que Borges no llegó a conocer o como los 3.700 que no podía ver desde su ceguera vacilante y astuta.
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