Paseos
El paseante es una especie de reflejo del lugar que recorre, aunque es cierto que su estado de ánimo también tiene una influencia determinante en lo que puede ver. Thoreau habla de la necesidad interior que le lleva a caminar por lo menos cuatro horas al día, y de su dolor cuando otras ocupaciones lo retienen en su habitación hasta más allá del mediodía, arriesgándose así a que su cuerpo se oxide. Pasear es a sus ojos tan ineludible como dormir. La elección del lugar por el que paseará se le hace a veces complicada, pero Thoreau tiene una respuesta: «¿Por qué resulta a veces tan arduo decidir hacia dónde caminar? Creo que existe en la naturaleza un sutil magnetismo y que, si cedemos inconscientemente a él, nos dirigirá correctamente. No da igual qué senda tomemos. Hay un camino adecuado, pero somos muy propensos, por descuido y estupidez, a elegir el erróneo. Nos gustaría tomar ese buen camino, que nunca hemos emprendido en este mundo real y que es símbolo perfecto del que desearíamos recorrer en el mundo ideal e interior; y si a veces hallamos difícil elegir su dirección, es —con toda seguridad— porque aún no tiene existencia clara en nuestra mente» (Thoreau, 1998). De nuevo, Thoreau expresa maravillosamente bien la capacidad de metamorfosearse que tienen los lugares ya conocidos, y sobre todo la inmensidad de los lugares cerca de nuestra casa que todavía están esperando que los descubramos: «Mi región ofrece gran número de paseos espléndidos; y aunque durante muchos años he caminado prácticamente cada día, y a veces durante varios días, aún no los he agotado. Un panorama completamente nuevo me hace muy feliz, y sigo encontrando uno cada tarde. Dos o tres horas de camino me llevan a una zona tan desconocida como siempre espero. Una granja solitaria que no haya visto antes resulta a veces tan magnífica como los dominios del rey de Dahomey. La verdad es que puede percibirse una especie de armonía entre las posibilidades del paisaje en un círculo de diez millas a la redonda —los límites de una caminata vespertina— y la totalidad de la vida humana. Nunca acabas de conocerlos por completo» (Thoreau, 1998). El paseo inventa el exotismo de lo familiar, y desubica la mirada al hacerla sensible a las más ínfimas variaciones del detalle.
David Le Breton.
Elogio del caminar.
Traducción de Hugo Castignani.
Siruela. Madrid, 2015.


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