04 agosto 2018

De vidas ajenas


Cuando pocos años después de muerto Goya brotó, por vez primera, el interés retrospectivo hacia sus cuadros y grabados, eran ya escasísimas las noticias auténticas que sobre él se tenían. La cosa es estupefaciente, pero es así. Que de un hombre que fue una de las figuras más conocidas, más populares de su tiempo, no quede, apenas muerto, ni un breve repertorio de auténticos recuerdos, que aquella existencia ubérrima y vibrante se volatilice al punto y tan por completo, sin rastro, sin huella, sin eco, es materia para un buen ejercicio de melancolía. Aunque estupefaciente, es, sin embargo, lo que acontece en España con acusada normalidad. Al español no le interesa el prójimo. Ve de él sólo la vertiente que momentáneamente presenta a su propia vida, pero no repara en que el prójimo tiene también la suya, y que ésta, su vida, puede ser valiosa, interesante, con estilo. Precisamente porque no es la nuestra debíamos sentir fruición en contemplarla y afán de comprenderla, ya que toda existencia personal es el más atractivo enigma. Esta falta de curiosidad para lo humano es causa de que en España se hayan escrito tan pocas biografías y que las existentes sean tan poco ágiles y perspicaces. Para entender de vidas ajenas es menester que durante muchas generaciones se haya mantenido la atención alerta sobre ellas, que se hayan ensayado múltiples modos de posible interpretación y todo este esfuerzo haya decantado en la conciencia colectiva un surtido de afiladas categorías, de cautelas e iluminaciones para comprender al prójimo. De otra manera, lo que digamos de una vida ajena será tosco, cuando no pura patraña.

 José Ortega y Gasset.
Goya. 
Revista de Occidente. Madrid, 1983.