El derecho a delirar
La ANC sigue calentando motores para la Diada de este año.
Hay que superar el impacto global del Corro de la Patata del curso anterior
(¡el mundo nos mira!, ya saben), y esta vez se ha optado por una V humana que
ocupe la Gran Vía y la Diagonal y confluya en la plaza de las Glorias
(catalanas, por supuesto: las de los demás, que las celebre su tía).
Como en el unionismo también abundan los optimistas, no
faltan quienes aseguran que el caso Pujol pasará factura a los nacionalistas y su
V pinchará. Yo lo dudo, la verdad. Es más, estoy casi seguro de que será un
éxito absoluto: el borrego catalán es inasequible al desaliento. Los planes de
Pujol se han cumplido a la perfección. Tras treinta años de agitación y
propaganda en aulas y medios de comunicación, el desprecio original hacia todo
lo español ha evolucionado claramente hacia el odio. Con la bendición de los
gobiernos españoles, sin distinción ideológica, que lo han tolerado a cambio de
unos votos y que ahora, después de haber contribuido al desastre, se
escandalizan y se rasgan las vestiduras.
La V triunfará porque las mentes de miles de catalanes han
sido reformateadas por el nacionalismo durante años y años. Y porque el odio es
una estupenda fuente de vida, sobre todo para toda esa gente elemental,
estrepitosa y mezquina que tanto abunda en todas partes. Disfrazar el odio de
patriotismo ha sido el gran hallazgo del nacionalismo catalán. Tú te haces
nacionalista y, como por arte de magia, dejas de ser un sujeto insolidario,
egoísta y miserable para convertirte en un patriota. Y en algo todavía mejor:
una víctima de la maldad de tus vecinos.
Una vez instalado en esa estructura mental, ya puedes
pasearte con una pancarta que ponga «Queremos ser libres» o «Freedom for
Catalonia». En tu condición de víctima (imaginaria, ¿pero a ti qué más te da?),
ya puedes ocupar el centro del mundo.
La V será un éxito y a mí solo me quedará el derecho al
pataleo. Todo se encamina a que solo haya una manera canónica de sentirse
catalán, que es la que marcan los políticos nacionalistas con sus monjitas, sus
viragos, sus medios de comunicación y sus diarios comprados. Franco también
indicó la manera canónica de ser español: recordemos cuando uno de sus
ministros le dijo que Berlanga era comunista y él repuso que no, que no era
comunista, sino tan solo un mal español.
Hoy día, España te permite ser español a tu manera, pero
Cataluña no te deja ser catalán a tu manera. Esa actitud tiene un nombre muy
feo. Se llama fascismo y lleva tiempo asomando la patita por mi querida
comunidad autónoma. Algo me dice que el próximo día 11 se va a manifestar en
todo su esplendor.
Ramón de España.
El derecho a delirar.
Un año en el
manicomio catalán.
La Esfera de los libros. Madrid, 2014
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