21 enero 2019

Diario escrito en invierno



¿Qué me queda si el aislamiento no me trae la serenidad? Me he distanciado de todo el mundo, convencido de que mi resolución de vivir solo era perdurable; porque era, o eso me parecía, la más grande de las resoluciones, esa que se toma una vez en la vida. Hoy comprendo que esta resolución sagrada tendrá el mismo final que el resto. Mi vida no habrá sido más que una larga sucesión de abandonos. Ahora que no me queda nada que abandonar siento que he llegado al punto culminante, que tal vez sea el que me reporte la mayor felicidad: ese punto en que uno adivina que el deseo es una cadena sin fin. La reclusión es una vanidad como cualquier otra. 

Esas líneas forman parte del Diario escrito en invierno, la espléndida novela de Emmanuel Bove que llega hoy a las librerías editada por Hermida Editores con traducción de Alex Gibert.
Como en el resto de su obra, el aislamiento y la infidelidad, la dificultad de las relaciones humanas y de pareja, la sensación de fracaso, son algunos de los hilos conductores de una historia en la que lo importante no es su línea argumental -la descomposición de un matrimonio problemático vista desde la perspectiva del marido-, sino el fondo que la sostiene: las difíciles relaciones del personaje consigo mismo y con los demás en un mundo opaco que es una proyección del propio mundo interior de Bove, que ejerció una reconocible influencia en Camus, Beckett o Nathalie Sarraute y suscitó la atención de Handke o Ashbery, que lo tradujeron y reivindicaron de esa manera su forma de narrar y de mirar sombríamente la realidad.