05 marzo 2019

Pájaro de barbería


Pasan las generaciones y sigue inmóvil el pájaro.
Yo lo miro acaso inútilmente, queriendo comprender. A veces sueño que ha girado la cabeza o que entreabre las plumas y me despierto, temeroso de esa señal. Entonces busco en la penumbra su jaula hasta que la presencia recogida del ave en el palo, la misma de ayer y de anteayer y de hace un año y otro, me devuelve la calma. Pero ¿hasta cuándo, me pregunto, se prolongará esta ilusión de eternidad? Ahora cierro los ojos tranquilo mas sé que la inquietud volverá mañana, o tal vez dentro de un rato.
Antes de dormirme pienso en la tiranía insoportable del pájaro: le basta estar inmóvil para mantenerme en vilo.
Nunca pude percibir un solo temblor en el ave, ni siquiera el espejismo de un párpado que se cierra sorprendido por una súbita estridencia. En diversas ocasiones he roto el silencio con una palmada buscando una reacción que nunca se produce. Se diría que la larga clausura hubiera dejado al pájaro anclado a su plumaje, que parece una coraza. También yo me acerqué una primera vez a comprobar ese aire de artificio, y a punto de extender un dedo para provocar una reacción en el pájaro, me detuvo la voz de su dueño: «No lo moleste. Está contando».
Recuerdo obsesivamente aquellas palabras. Tantos años después sigo buscando en ellas un orden, la raíz de una condena que me sujeta al misterio insensato del ave. Y es entonces, en la seguridad de que hay un principio para poner letra a mi desconcierto, cuando siento la urgencia de escribir. Exaltado por el insomnio me enfrento al papel. Pero temo ya ser incapaz de dejar una palabra que no esté encadenada a la obsesión, a la quimera. Si escribo, razono, es para negarla. Advierto entonces que el resultado puede ser peor, porque haré más seguro el desvarío.
El pájaro, entre tanto, vela inmóvil en su jaula, como la mañana que lo vi por primera vez en una barbería sin nombre. Escrito en el albarán que ordenaba la ruta y la clientela que yo debía abastecer, aquel local cabía en media línea cuya seña indicaba únicamente «Casa el Mudo».

Como todos los visitantes de la barbería de Belarmino Santos –me negaré siempre a llamarle «el Mudo»–, cedí a la fascinación del pájaro la primera vez que puse el pie en su interior.

Así comienza Pájaro de barbería, el primero de los tres relatos que Pablo Andrés Escapa reúne en el volumen Fábrica de prodigios, que publica Páginas de Espuma.en su colección Voces / Literatura.

Junto con Continuidad de la musa y El diablo consentido, un conjunto de tres espléndidas novelas cortas que se encomiendan en su viaje entre la fantasía y la realidad a esta cita de Cervantes que abre el libro:

Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte que facilitando los imposibles y suspendiendo los ánimos, anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que huyere de la verisimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfeción de lo que se escribe.

Esas palabras del discreto canónigo toledano con el que se encuentra la comitiva de regreso de don Quijote al final de la primera parte presiden la mirada perpleja y la vocación narrativa de los personajes de esta prodigiosa Fábrica de prodigios, en la que Pablo Andrés Escapa vuelve a demostrar su talento narrativo y la excelencia de su prosa, de la que deja muestras constantes en todo el libro y en este espléndido colofón que dejo aquí para que no pase inadvertido a ningún lector atento:

A ti, lector sentido, te digo lo restante: Estas tres historias peregrinas, echadas alegremente a correr mundo, hallaron, al fin, donde reposar en una imprenta. A doce de febrero diéronse en poner de molde y de la mano. Mas con eso, paciente amigo, no creas que el hilo de la tinta alcance a sujetarlas al papel. Nacieron para vivir su peripecia yéndote fieles a los pasos y en esa confianza habrán de seguir tiempo adelante, sin celda que contenga su fábula y su verdad: la de un pájaro que no canta, que es el misterio de la voz; la de un poeta de versos escondidos, que es novela de los afanes secretos; la de un hombre que, como Ulises, nunca acaba de llegar a su destino, que es vivir para el asombro. Quédate, lector amable, con estas tres venturas y llévalas por donde vayas para nunca errar tú solo. Así también lo hiciera Santo Ludano Peregrino, que un doce de febrero supo confundir el rumbo y las palabras para oír, echándose a la sombra de un tilo, un parlamento de campanas que lo llamaban con voz clara de cristal a seguir soñando confiadamente en otro mundo. Y de esta suerte partió, abandonado y dichoso, con una fábula vibrante en los oídos.