Manuel Jurado. La destrucción del cielo
“La eternidad es de piedra arenisca y se erosiona, / se ha desestabilizado el orden permanente de la perfección”, escribe Manuel Jurado López en el poema que abre La destrucción del cielo, el libro con el que obtuvo el Premio Hispanoamericano de poesía Juan Ramón Jiménez 2019.
Un libro que ofrece un amplio conjunto de poemas inquietantes y visionarios, de alta potencia verbal y poderosa imaginería, habitados por ángeles pálidos en huida de un cielo que se desmorona, por pájaros irisados que surgen de las cenizas entre las nubes negras, donde “la música asciende como las llamas de una hoguera. / El enigma del ángel femenino de las alas de fuego. / El cielo es rojo y llueven astillas y metralla.”
Sus versos se levantan sobre la desolación del paisaje y la ruina de una civilización que se derrumba como el cielo de estos poemas que proyectan sus sombras negras sobre el libro en textos como en este:
El negro mata cualquier fulgor en las ramas de los castaños,
que estallan como un castillo de fuegos artificiales,
cualquier pétalo brillante, corazón de semillas.
Los últimos rayos de la tarde se cuelan sigilosos
como ladrones infantiles. Un bolso de punto repleto de besos
y un sombrero lleno de sombras sobre el césped mojado.
El negro es la base, no el blanco, no la camisa
tendida y que ha vuelto a mojar la lluvia en la madrugada.
El negro es la esencia de la vida, el sótano, el claustro,
la placenta, o el luto, el lunar, la ceguera, la poderosa rabia
de los ojos de los perros.
Los besos también se han vuelto negros bajo los árboles.
Los poemas de La destrucción del cielo dibujan un mundo postapocalíptico y fantasmal en el que reinan el desorden y el incendio, la grieta y los despojos, los valles oscuros y los cielos rojos que caen sobre el silencio y el viento negro del norte en un libro oscuro, perturbador y sorprendente que se resume en el portentoso poema que lo cierra:
El cielo se destruye a cada instante, lentamente.
Se ha quedado vacío. Nadie ha salido indemne.
La luna roja, el frío viento del norte, el bosque gris,
los caballeros negros, fantasmas desterrados.
Es hora ya de irse: la pantalla en negro, la hoja en blanco,
la música callada, la ventana abierta y el alma ligeramente
en paz.
Siempre queda la amarga caligrafía de unos versos.
<< Home