23 octubre 2019

El Buscón de Vierge





Son dos de las ciento veinte ilustraciones que Daniel Urrabieta Vierge (Madrid, 1851-París, 1904) preparó para la edición inglesa de El Buscón, que se publicó en Londres en 1889 editada por Unwin con el título Pablo de Segovia: The Spanish Sharper.

Las recupera Reino de Cordelia en una bellísima edición ilustrada con el texto “puesto en castellano moderno íntegra y fielmente, con introducción y notas, por Arturo Echavarren.” 





“El objetivo -explica el adaptador en su Introducción- era elaborar una versión del Buscón que, respetando el modus scribendi del autor, pudiera leer sin tropiezos y de forma fluida cualquier lector poco familiarizado con la prosa aurisecular. He apelado tanto al oído como al instinto en todo el proceso, procurando discernir qué puede resultar opaco y qué precisa de renovación.” 

En ese proceso de adaptación Echavarren ha seguido un criterio equilibrado para buscar un punto intermedio que permitiese armonizar la modernización y el respeto al texto, “pues –añade- al afán de producir una versión fácilmente inteligible para los lectores del siglo XXI se sumaba -y, en ocasiones, se oponía- el deseo vehemente de no abaratar en modo alguno la prosa magistral de Quevedo.” 

Publicada en 1626, más de setenta años después del Lazarillo y con un modelo genérico de novela picaresca consolidado antes del XVII con el Guzmán de Alfarache, El Buscón es una novela tan arquetípica que a veces parece aplicar sus rasgos constitutivos de manera mecánica más que por exigencia interna del relato, porque “su autor articula esta novela con una sólida conciencia genérica, estableciendo un evidente diálogo intertextual con el esquema picaresco acotado por sus precedentes; se acoge la técnica autobiográfica y la ficción epistolar, se subraya la infamia de la familia del protagonista, se trata el tema de la honra, se sondea el ámbito social de lo marginal y se selecciona como hilo conductor de la trama el ingenio, única herramienta al alcance del pícaro para salir airoso en un ambiente marcadamente hostil.” 

Añadamos a esos rasgos señalados por Echavarren otros elementos imprescindibles en  la picaresca como la función de salida, las trampas y  el ejercicio la mendicidad, la aparición de personajes imprescindibles en la picaresca como el hidalgo empobrecido o el clérigo avaro o el relato de un progresivo proceso de degradación del protagonista.

Pero si la historia de Pablos de Segovia es la historia de una degradación, la del ilustrador es la historia de una superación personal. 

“La obsesión española por mirar puertas afuera antes de atender a lo que hay en casa -escribe Jesús Egido, editor de Reino de Cordelia en el prólogo (Las dos manos de Vierge) que abre esta estupenda edición- ha permitido que uno de los grandes ilustradores del siglo XIX sea prácticamente desconocido para el gran público. Y eso pese a que la mayor parte de su producción la realizó para Francia e Inglaterra, incluidos sus dos proyectos más ambiciosos, El Quijote y El Buscón.” 

Vierge, ilustrador de Víctor Hugo, de Zola o de los cuentos de Poe traducidos por Baudelaire, es uno de los mejores ilustradores del siglo XIX. Afincado en París desde joven, tuvo como empeño personal la ilustración del Quijote y del Buscón. Había realizado noventa dibujos para el libro de Quevedo cuando un ictus en febrero de 1881 le dejó hemipléjico y le paralizó irreversiblemente el lado derecho. 

Esos noventa dibujos aparecieron en la edición francesa de Histoire de Pablo de Ségovie que publicó en 1882 el editor Léon Bonhoure, que avisaba en la nota de cubierta de que esa circunstancia había obligado a imprimir los cuatro últimos capítulos sin ilustraciones. 

Aprendió a dibujar con la izquierda y tras un largo ejercicio preparó nuevas ilustraciones para la citada edición inglesa de 1889, de la que se han tomado las ilustraciones que acompañan al texto de esta edición en Reino de Cordelia.

Se han incluido en los preliminares algunas muestras de las ilustraciones trazadas con la mano derecha, lo que permite compararlas y llegar a una conclusión: asombrosamente, esas ilustraciones que Vierge hizo con la mano izquierda son mejores, con una línea fina y clara. 

Con esta recuperación se trataba además de que, como explica el editor en su prólogo, “la gran obra de Quevedo resultara tan clara al lector de hoy en día como las ilustraciones que la acompañan. Si ya se ha vertido al castellano moderno El Quijote, cuya comprensión es más fácil que la de El Buscón, había que asumir ese nuevo reto que el filólogo Arturo Echavarren ha resuelto con brillante maestría. Pues lo bueno de leer a los clásicos es, sin duda, entender lo que cuentan.”