19 noviembre 2019

Campos Reina. Diario del Renacimiento



Ignoro si existe para mí el futuro, y, por ello, debo consagrarme a un presente que es lo que más amo. Porque sé lo que significa el dolor, también sé dejarme invadir por la vida. La felicidad es una quimera; pero no lo es la dicha de gozar como esos insectos patinadores de los estanques o los abejorros en primavera. ¿Qué importa que no haya un mañana para nosotros si disponemos de la inmensidad que nos brinda un día, del tránsito del sol desde que se levanta hasta que se pone?

Con esas líneas cierra Campos Reina su Diario del Renacimiento, tercero de los volúmenes incluidos en el estuche Parques cerrados, que edita Debolsillo. Lo fue elaborando mientras escribía su magnífica Trilogía del Renacimiento, publicada en la misma editorial y formada por las novelas Un desierto de seda, El bastón del diablo y La góndola negra.

Lo había empezado el 4 de marzo de 1989, a la vez que Un desierto de seda, primera novela de la trilogía -que en algunos momentos se planteó como tetralogía o cuarteto o como Trilogía de la Decadencia-, y dejó escrita esa última anotación el 14 de febrero de 2001.

Se trata de un diario discontinuo que es “el reflejo de la andanza, paralela en el tiempo, que va desde el principio hasta el fin de la redacción de la Trilogía del Renacimiento, de una etapa que nunca supe si podría rematar, y a la que he tenido la suerte de unir el díptico La cabeza de Orfeo (que integra las novelas Fuga de Orfeo y El regreso de Orfeo) iniciado y concluido entre el comienzo y la terminación del Diario del Renacimiento. En suma, las cinco novelas de la saga de los Maruján”, como señaló Campos Reina en la Breve reseña de mi vida que abre esta primera edición de unos materiales inéditos que son el testimonio de sus procesos creativos y de su relación con la escritura y la vida o con temas vertebrales en su obra, como el amor y la muerte. 

Porque si en esa última anotación hay una afirmación de la vida desde la conciencia de la muerte próxima, ya en la primera aparecía la angustia ante la muerte: 

La muerte es, sin duda, la responsable de todo. Desde que en 1986, el año del cometa, la vi tan cerca, se me ha perfilado el rostro. Mi cuerpo se ha descarnado, se ha deshecho de un sobrante y me ha dejado con las angustias que me acosan.

Recorre estas páginas su relación con el dolor y la enfermedad, la incertidumbre ante el acoso de su salud precaria, la reflexión sobre lo que lee, lo que ve y lo que escucha, la lucidez creativa del escritor consciente de que la primera novela de la trilogía “encierra ya mi universo literario” y determinado a que “en realidad toda mi carrera literaria se iba a resolver en una especie de radiografía de mi entorno, ampliado en círculos concéntricos.”

La soledad del campo en Las Quebradas, en Puente Genil, tan propicia a la escritura, y las ciudades -Málaga y Sevilla, Madrid y Barcelona, Viena y Florencia- son el telón de fondo sobre el que se dibuja la personalidad literaria y la actitud vital de un escritor que hizo de la literatura una constante afirmación de independencia que se resume en estas palabras: 

Es preferible ser un escritor marginal a un escritor bastardo. Tarde o temprano, la calidad halla su espacio y la mediocridad el suyo.

Se recupera así una obra imprescindible de la que forman parte también Dulces tormentos, otro estuche que reunía en tres volúmenes parte de su obra narrativa y ensayística, y La cabeza de Orfeo, un ciclo de dos novelas cortas y urbanas ambientadas en la Sevilla del franquismo.