03 noviembre 2019

Parques cerrados

Quién comprará en esas librerías
semiocultas por humos ciudadanos,
paradas de autobús,
qué lejana esperanza comprará.
Hacia sus sacristías de papel
encamino mis pasos
y hallo hombres cabalgando
tristes sillas vencidas.

Un gato perezoso
navega entre mis piernas
como un barco bajo el puente de Brooklyn
mientras hojeo álbumes,
estampas de París
de un fin de siglo ido.

Adónde volveré
cuando caiga la tarde
y las sombras de airosos edificios
restaurados destaquen en la noche.
Los parques han cerrado sus cancelas.
La que durmió abrazada
a mi espalda no está.

Parques cerrados tituló Campos Reina (1946-2009) ese poema, el primero que escribió, que abre su poesía completa, uno de los tres volúmenes que se reúnen en el estuche que publica Debolsillo con el título de ese poema para ofrecer una muestra significativa de su obra plural y su escritura polifacética cuando se cumplen los diez años de su desaparición: dos inéditos, la Poesía completa y el Diario del Renacimiento, y la reedición del ensayo De Camus a Kioto, que apareció un año después de su muerte.

Fundamentalmente novelista, aunque frecuentó también la poesía y el ensayo, la poesía completa de Campos Reina, inédita y dispersa hasta ahora en revistas y antologías, la componen dos libros, Seppuku, que alude al rito suicida del harakiri, y El quinto jinete, un recorrido lírico por Oriente y la  Grecia clásica, por Italia, África y América.

Completan el volumen las prosas poéticas de Visiones de las Quebradas, Las noches de Li Bao y El viajero, en donde se transmuta en un Ricardo Molina que acaba sabiendo que ha muerto. Organizado en diez secciones, la última termina con estas líneas casi premonitorias de su propia despedida:

Camino sin norte, en despedida, por las calles. Qué descanso haber sido. A poco, diviso las luces del Círculo de la Amistad y observo a unos seres solitarios tras la pecera; la cadencia de unas miradas perdidas, demorándose en los rincones. Pulso imperceptible, gestos, silencio. Cierro los ojos.  Aspiro hasta llenar los pulmones y doy el salto. Desde la altura, domino la luminaria de la ciudad, el río. Y veo por un instante flotar mi vida, apenas una pavesa al viento, reflejada en las páginas de un libro. A la espera de alguien que la reviva en su pecho, en un latido