21 diciembre 2019

Madre del agua


Madre del universo, 
duermes el fuego con tus ojos de hiedra 
en los sagrados manantiales 
donde el verbo desviste 
la transparencia del agua. 

Madre fértil, 
tus hijos vagan como nubes huecas 
por las montañas del otoño 
y el árbol de la vida 
florece en la piel ocre de la selva. 

Madre de la palabra, 
las manos del pino recitan versos, 
la sabiduría de la serpiente 
trepa por los acordes de la encina. 

Danos, madre del agua, 
la inocencia del girasol, 
la ternura de la hormiga en la hierba, 
la serenidad en la incertidumbre. 

Con ese Canto inicial se abre Madre del agua. Por las huellas del Tao, de Gregorio Dávila, un conjunto de ochenta y dos poemas inspirados en Lao Tse y el Tao Te Ching, la Gran Madre de la fertilidad, de la que surge todo y a la que todo remite. 

Las tres partes en las que se organiza Madre del agua (La gran madre, El hijo del agua y La palabra inicial) son las tres fases de un itinerario que, entre las intuiciones y la meditación, canta a la creación y a la naturaleza a través de una mirada serena que busca la armonía entre lo interior y lo exterior. 

Con la suavidad de sus palabras hechas de luz y agua, estos versos recorren un camino de perfección espiritual hacia la plenitud del vacío, hacia el olvido y la conciencia; trazan el mapa de un viaje al conocimiento y a la sabiduría desde el elogio de la lentitud y la calma. 

Y lo hacen con el apoyo esencial de una mirada honda y serena que indaga más allá de la superficie de la realidad y busca la unidad primordial del mundo para fundirse en una armonía que está más dentro que fuera del hijo del agua, que sale al encuentro de las palabras verdaderas que se invocan en el último poema: 

Cultivas, madre, la palabra en tu seno 
con la humildad del agua y la música en el arado. 
Tu aliento entre los labios dibuja de tinta mi poema. 

Un fragor de luciérnagas maúlla en los tejados. 

Tu danza en lo infinito une costuras en los versos, 
relámpagos de gracia, 

el tránsito de la luz en la alcoba.