Cernuda. Ocnos. Variaciones sobre tema mexicano
En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante, mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía como un cuerpo impalpable, cálido y dorado, cuya alma fuese la música.
¿Era la música? ¿Era lo inusitado? Ambas sensaciones, la de la música y la de lo inusitado, se unían dejando en mí una huella que el tiempo no ha podido borrar. Entreví entonces la existencia de una realidad diferente de la percibida a diario, y ya oscuramente sentía cómo no bastaba a esa otra realidad el ser diferente, sino que algo alado y divino debía acompañarla y aureolarla, tal el nimbo trémulo que rodea un punto luminoso.
Así, en el sueño inconsciente del alma infantil, apareció ya el poder mágico que consuela de la vida, y desde entonces así lo veo flotar ante mis ojos: tal aquel resplandor vago que yo veía dibujarse en la oscuridad, sacudiendo con su ala palpitante las notas cristalinas y puras de la melodía.
Con ese texto, La poesía, se abre Ocnos, el libro de prosa poética que Cernuda publicó en Londres en 1942, con treinta y un poemas. Escrito con la soledad y el malestar del desterrado en un Glasgow desagradable y feo, ese primer Ocnos se trenzaba sobre la evocación del paraíso perdido de la infancia en una Sevilla que Cernuda no nombra, porque pertenece al territorio intemporal del mito, presente ya en el título.
Este es el fragmento de un artículo de Goethe, que Cernuda incorporó como pórtico, del que toma su título el libro: “Cosa tan natural era para Ocnos trenzar sus juncos como para el asno comérselos. Podía dejar de trenzarlos, pero entonces, ¿a qué se dedicaría? Prefiere por eso trenzar los juncos, para ocuparse en algo; y por eso se come el asno los juncos trenzados, aunque si no lo estuviesen habría de comérselos igualmente. Es posible que así sepan mejor, o sean más sustanciosos. Y pudiera decirse, hasta cierto punto, que de este modo Ocnos halla en su asno una manera de pasar el tiempo.”
El libro fue creciendo -“no mucho”, como señalaba Cernuda- desde esa primera edición hasta los sesenta y tres de la edición definitiva y póstuma de 1963 en México.
Este es el fragmento de un artículo de Goethe, que Cernuda incorporó como pórtico, del que toma su título el libro: “Cosa tan natural era para Ocnos trenzar sus juncos como para el asno comérselos. Podía dejar de trenzarlos, pero entonces, ¿a qué se dedicaría? Prefiere por eso trenzar los juncos, para ocuparse en algo; y por eso se come el asno los juncos trenzados, aunque si no lo estuviesen habría de comérselos igualmente. Es posible que así sepan mejor, o sean más sustanciosos. Y pudiera decirse, hasta cierto punto, que de este modo Ocnos halla en su asno una manera de pasar el tiempo.”
Antes de esa edición definitiva, en 1949, había aparecido una segunda edición ampliada en Madrid, con cuarenta y seis poemas. Y entre esa edición y la mexicana de 1963 Cernuda había publicado otro libro de prosa poética, Variaciones sobre tema mexicano, que el autor deseaba reunir en un solo volumen con Ocnos, como se viene haciendo habitualmente desde los años setenta y como se presenta en esta estupenda edición en Cátedra Letras Hispánicas, que llega hoy a las librerías.
Se ha encargado de ella Jenaro Talens, que en su prólogo defiende que Ocnos y Variaciones sobre tema mexicano son “textos integrables en la estructura significante de La Realidad y el Deseo”, aunque editorialmente nunca se haya planteado así.
Se ha encargado de ella Jenaro Talens, que en su prólogo defiende que Ocnos y Variaciones sobre tema mexicano son “textos integrables en la estructura significante de La Realidad y el Deseo”, aunque editorialmente nunca se haya planteado así.
Por eso, esta edición -señala Talens- reproduce “como volumen exento de Ocnos solo aquellos textos que integraban la primera edición londinense de The Dolphin de 1942, dejando para un apéndice las versiones 2ª y 3ª, por entender que los añadidos [...] cambiaban la función y el sentido del volumen, aunque se mantuviese el mismo título en todas ellas.”
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