Cuentos de Thomas Wolfe
A última hora de la tarde de un día del verano aún joven, la reina Isabel entró en la plaza y pasó por delante del taller de Gant el marmolista. Rodeado de mármoles y lápidas –de esos fríos corderos tallados de la muerte– el cantero estaba recostado en la baranda debatiendo con Jannadeau, el fiel suizo que, confinado en un espacio diminuto que había arrendado entre las piedras de Gant, sondeaba con delicada concentración y provisto de un monóculo las entrañas de un reloj.
–Ahí va la reina –dijo Gant, deteniendo un instante su debate–. Una mujer lista. Un prodigio, tan seguro como que estamos aquí –añadió con deleite.
Inclinó, galante, la cabeza e inició una floritura con su enorme chasis de uno noventa y cinco.
–Buenas tardes, señora.
Ella correspondió con una luminosa sonrisa que bien pudiera contener el aleteo de un antiguo recuerdo, e incluyó a Jannadeau con otra inclinación de cabeza agradable, pero impersonal. Se detuvo un momento y giró la mirada cándida hacia aquellas lápidas mortuorias de granito pulido, con querubines y corderos tallados, que había en el taller, hasta posarla en un ángel apoyado que descansaba en unos pies tísicos y helados y que, aparcado a la puerta del pequeño porche de Gant, sonreía con la expresión de blanda estupidez de la piedra. Luego, con paso firme y brioso, reanudó su camino y pasó de largo sin prestar atención a la expresión de virtud herida que brilklaba en los ojos del relojero, que había levantado la vista de su mesita llena de suciedad y chismes para ver cómo se desvanecía la figura, mientras lanzaba un sonido gutural de disgusto.
Los hombres reanudaron el debate.
Así comienza Un ángel en el porche, el primero de los cincuenta y ocho cuentos del narrador norteamericano Thomas Wolfe (1900-1938) -no se confunda con el Tom Wolfe que escribió La hoguera de las vanidades- que Páginas de Espuma reúne por primera vez en español en un volumen que debería haber llegado hoy a las librerías, aunque las circunstancias han aconsejado retrasar su distribución.
La traducción es de Amalia Pérez de Villar, que escribe en su prólogo:
“Wolfe, leído así al completo y de tirón –leído como lo lee un traductor– es incomparable e inclasificable, y sus cuentos reunidos constituyen un corpus titánico que contiene un universo titánico. Inabarcable (palabra que él utiliza tantas veces), infinito, puro, virgen, salvaje y extraordinariamente personal, solo se puede traducir asumiendo un doble –y complicado– papel: el de espectador que observa desde fuera, siempre a cierta distancia, con escaso conocimiento previo de lo que ve, y que paradójicamente mira desde dentro, porque es el único lugar posible desde el que mirar, la tribuna obligatoria e inevitable, el único puesto de observación desde el que ese espectador tiene una visión de trescientos sesenta grados.”
En un juicio “tan generoso como dudoso”, al decir de Harold Bloom, Faulkner lo calificó en 1958 como el mejor novelista norteamericano del siglo XX. En todo caso es un narrador irrepetible cuya muerte prematura a los 37 años no impidió que se le reconozca como uno de los narradores más importantes de la generación perdida de Faulkner, Steinbeck, Scott Fitzgerald, Dos Passos o Hemingway.
Con el telón de fondo de una América rural o urbana y una escritura desbordante, con una base fundamentalmente autobiográfica, la narrativa de Wolfe se mueve entre la nostalgia y el desarraigo, entre el lirismo y una profundidad vertiginosa que le convierten en un lúcido espectador de la América anterior a la Gran Depresión y de una Europa a la que viajó en seis ocasiones y en la que ambientó algunos relatos, como En lo oscuro del bosque, extraño como el tiempo.
A su personalidad y a sus circunstancias se aproximó la película El editor de libros que dirigió Michael Grandage en 2016 sobre un guión basado en uno de sus relatos, El Viejo Rivers.
Y entre los textos de esta magnífica edición, tres novelas cortas memorables en las que brillan el talento narrativo y lírico, la capacidad de observación y la potencia descriptiva de Thomas Wolfe: El muchacho perdido, No hay puerta y La muerte, ese hermano orgulloso. Tres relatos atravesados por las pérdidas, la soledad y el paso del tiempo.
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