La patria de los náufragos
LA PATRIA DE LOS NÁUFRAGOS
La tierra le disputa al mar sus muertos
y abre profundos pozos,
pozos que dan al mar, y arroja en ellos
sus ropas, los zapatos
nuevos de los domingos, por si acaso
-cebo de la nostalgia-
su reclamo los convocase al agua
dulce de las acequias.
Pero, en su empeño, el mar
codicia el pecio hermoso de sus cuerpos
y marca con la espuma sus dominios,
la patria de sus náufragos.
De ese poema que abre el libro toma su título La patria de los náufragos, con el que José Antonio Ramírez Lozano obtuvo en 2019 el XXXVIII Premio Leonor de Poesía de la Diputación de Soria.
Atravesado por la presencia constante de la muerte intuida o conocida de cerca, en este libro se reúnen las distintas tonalidades y los diversos registros métricos de la poesía de José Antonio Ramírez Lozano, dueño de una inconfundible voz que aquí brilla en su vertiente más emocionadamente meditativa, como en este espléndido poema sobre el poder de la palabra en el tiempo y sus naufragios que resume la tonalidad y la temática de su mundo poético:
AL ACECHO
Sabed que hubo palabras al comienzo
que, impuras, renunciaron a las sílabas.
Turbias palabras que no tañe
más que la iniquidad. Pero que es fácil
escuchar en las sombras
porque frotan sus élitros atroces
con la perseverancia del carbunclo.
Escuchadlas batir en la alta noche
contra el acantilado de las constituciones.
Los tetrarcas enfermos las codician
porque saben que tienen la virtud del vitriolo.
Basta una tan sólo para hacer
que la sangre se rinda a la lujuria
de su azogue. Son ellas
-sílabas sin estambre, negras sílabas-
las que dictan al mundo su terrible prosodia,
la dicha transitoria de sus días.
Basta acudir de noche a los teatros,
a sus palcos vacíos para oírlas.
Sentiréis su crujido en la tramoya.
La Muerte las reserva
para la boca impura de sus muertos
y los pone a rezar con ellas por los vivos
esa sorda salmodia que en las sombras
aventura el naufragio,
el arrecife amargo de la misericordia,
la patria boreal de las cenizas.
AL ACECHO
Sabed que hubo palabras al comienzo
que, impuras, renunciaron a las sílabas.
Turbias palabras que no tañe
más que la iniquidad. Pero que es fácil
escuchar en las sombras
porque frotan sus élitros atroces
con la perseverancia del carbunclo.
Escuchadlas batir en la alta noche
contra el acantilado de las constituciones.
Los tetrarcas enfermos las codician
porque saben que tienen la virtud del vitriolo.
Basta una tan sólo para hacer
que la sangre se rinda a la lujuria
de su azogue. Son ellas
-sílabas sin estambre, negras sílabas-
las que dictan al mundo su terrible prosodia,
la dicha transitoria de sus días.
Basta acudir de noche a los teatros,
a sus palcos vacíos para oírlas.
Sentiréis su crujido en la tramoya.
La Muerte las reserva
para la boca impura de sus muertos
y los pone a rezar con ellas por los vivos
esa sorda salmodia que en las sombras
aventura el naufragio,
el arrecife amargo de la misericordia,
la patria boreal de las cenizas.
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