18 mayo 2020

Contra la mansedumbre



No salgo de mi asombro. Los que llamaban asesinos a quienes ordenaban sacrificar un perro y pedían dimisiones y montaban un circo con una persona contagiada por ébola miran ahora para otro lado ante una catastrófica gestión que ha ocasionado cerca de cincuenta mil muertos que se intentan disimular con la solidaridad impostada del Resistiré.

En las redes sociales y en los medios regados con fondos de reptiles la indignación ha mutado en mansedumbre comprensiva, en buen rollito progre y fondón y en imágenes amables de ovaciones balconeras que aplauden con una mano a los sanitarios -otros cincuenta mil contagiados- y con la otra -con la izquierda, claro- al gobierno de los suyos, en coalición insomne.

Los antes adictos a los minutos de silencio ahora no ven el momento oportuno para más silencio que el de los corderos, porque, como les enseñó Stalin, un muerto tiene rostro y nombre, pero cincuenta mil no son más que una estadística en la que se diluyen las responsabilidades. Las políticas y las penales, que habrá de todo según los casos.

Se podría pensar que el confinamiento ha sacado el lado más benéfico y monjil de los exindignados reivindicativos. Pero no, es una simple degeneración hipócrita que ahora les lleva a disculpar lo injustificable de sus conmilitones y a ejercer de viejas del visillo en las redes sociales, de serviles guardianes de la ortodoxia a la orden de sus amos, como perrillos de majada frente a la disidencia. Porque a eso, a ladrar y a tirar dentelladas de rabia y baba contra quien se salga de la fila, no han renunciado.

Cuánta mansedumbre boyancona, cuánto servilismo perruno. Si hasta se espantan del jarabe democrático de las cacerolas.

Y lo peor de todo, qué prosa tan mala la de su observatorio.