“De entre todos los miembros de su generación, probablemente sea Ferlosio el que más asidua y profundamente reflexionó sobre lo que constituye el meollo de todo patriotismo: «el nefasto fetiche de la identidad». Su alergia tanto a la noción de patria como al ufano sentimiento de adhesión que comporta obedece a su convencimiento de que toda identidad, ya sea individual o colectiva, se define por antagonismo, y que se mantiene a fuerza de alimentarlo. De ahí que, en un ensayo célebre de 2002 llame a la patria «hija de la guerra», y a su vez llame a la guerra «hija de la patria». La cuestión de la patria y del patriotismo se imbrica íntimamente, para el autor, con otras cuestiones también centrales de su pensamiento: la de la guerra misma y las de la historia y la conciencia histórica”, escribe Ignacio Echevarría en la presentación del volumen La verdad de la patria, que acaba de publicar Debate y reúne artículos, ensayos y pecios de Rafael Sánchez Ferlosio en torno al concepto de patria y a su naturaleza conflictiva, que se proyecta en cuestiones como el nacionalismo y el patriotismo.
Su núcleo conceptual está anunciado ya en este temprano pecio del que toma el título la antología:
(Alonsanfán) La verdad de la patria la cantan los himnos: todos son canciones de guerra.
Abre la selección 'Villalar por tercera y última vez", un artículo publicado en El País el 2 de mayo de 1978 en el que Sánchez Ferlosio hace una cáustica crítica del Estado de las autonomías que se estaba diseñando en el proyecto constitucional que se redactaba en aquellos momentos. Se leen allí párrafos demoledores, como este:
¡Salve, país de imitación, raza de monas, España apócrifa, España cañí! ¿Puede haber algo más degradante para un hombre o para un pueblo, ya se llame español o castellano, que disfrazarse de sí mismo, con el lúgubre empeño de parecerse más a sí mismo cada vez? ¿Cómo es que no está aquí entre vosotros el hombre del camello, el único español que iría vestido, no de lo que es, lo que era o lo que quiere ser, sino de lo que el sol y el desierto quieren que se vista? (Si Pedro niega a Cristo, el gallo canta, pero si Cristo niega a Pedro, el gallo calla.) Si usarais el espejo no para contemplaros, sino para veros, advertiríais que la castiza zarzuela histórico-costumbrista de Los Villalares no tiene nada que envidiarle en lo maligno, grotesco y delirante a la solemne ópera imperial de Otumba, de San Quintín y de Lepanto. Esa zarzuela con que decís reivindicar la que llamáis España real reproduce punto por punto los rasgos más característicos de los pomposos fastos de la que llamáis España oficial: 1) el fetichismo de la identidad y la autenticidad; 2) el culto de los símbolos con la exaltación retórica concomitante; 3) la autoconvalidación apologética por identificación con una historia y unos antepasados (así los autonomistas han hablado de dar a las regiones una «conciencia histórica»); 4) el reivindicatorismo como actitud y expresión ontológica absoluta, permanente y total; 5) la mística de esa peculiarísima institución española llamada acto de afirmación (ya ha habido actos regionalistas que se han autodenominado literalmente así); 6) el gusto por las palabras que empiezan por «in» y terminan por «ble»: inalienable, irrenunciable, imprescriptible, etcétera; 7) subsumiendo a todos los anteriores: cultivar por espíritu el cadáver del espíritu.