Richard Ford. Manual para viajeros por Andalucía
Cádiz, llamada durante mucho tiempo Cales por los ingleses, aunque es la ciudad más antigua de Europa, parece una de las más nuevas y limpias; esta última cualidad es obra de un irlandés, el gobernador O’Reilly, quien, hacia 1785, introdujo un sistema inglés de limpieza urbana. Está bien construida, pavimentada e iluminada. Los españoles la comparan a una taza de plata. Se levanta sobre una península rocosa, en forma de jamón, entre unos diez y cincuenta pies por encima del nivel del mar, que la cerca en torno, dejando sólo un angosto istmo “que la une a la tierra firme. Gaddir, en lengua púnica, significaba un lugar cercado (Fest. Av. Or. Mar., 273). Fue fundada por los fenicios doscientos ochenta y siete años antes que Cartago, trescientos cuarenta y siete años antes que Roma y mil ciento antes de Jesucristo (Arist., «De Mir.», 134; Vel. Pat., I, 2, 6). La palabra Gaddir fue corrompida por los griegos, que cogieron el sonido, pero no el sentido, convirtiéndola en Γαδειρα, casi γης δειρα, y luego por los romanos, que la dejaron convertida en Gades.
Gaddir era el fin del mundo antiguo, la «escala del mar exterior», el mercado del estaño de Inglaterra y del ámbar del Báltico. Los fenicios, celosos de su monopolio, no permitían a ningún extranjero pasar más allá de ella; la línea política de Cádiz desde entonces ha sido la misma. Gaddir resultó traidora a los fenicios cuando Cartago se hizo poderosa; y, de nuevo, cuando ascendió el poderío romano, Cádiz desertó también de Cartago, y ciertos refugiados gaditanos fueron los que ofrecieron la traición (Livio, XXVIII, 23). César, cuyo primer cargo fue una cuestura en España, vio, como el duque de Wellington (Despacho del 27 de febrero de 1810), la importancia de esta llave de Andalucía (Bell. C., II, 17). La reforzó con obras de defensa y, cuando fue dictador, dio nombres imperiales a la ciudad, «Julia Augusta Gaditana», y aún se ve que una de las características de sus habitantes es el gusto por los nombres biensonantes. Gades se hizo enormemente rica acaparando el monopolio del pescado salado de Roma: sus comerciantes eran príncipes. Balbus la reconstruyó con mármol, dando ejemplo incluso al mismo Augusto.
Gades fue como el parangón de la antigüedad: nada era demasiado absurdo para los manuales clásicos. Era su Venecia, su París, el centro de la civilización sensual, el dispensador de la gastronomía, etc. Italia importaba de allí aquellas improbae gaditanae cuyas lascivas danzas eran de origen oriental, y existen todavía en los Romalis de los gitanos andaluces. La prosperidad de Gades cayó con la de Roma.
La fundación de Constantinopla les asestó el primer golpe a ambas ciudades. Luego llegaron los godos, que destruyeron Cádiz; y cuando Alfonso el Sabio, que significa culto, no inteligente, capturó Kádis a los moros, el 14 de septiembre de 1262, su existencia había sido ya casi puesta en duda por el infalible Urbano IV. De la misma manera que el descubrimiento del Nuevo Mundo reavivó la prosperidad de un lugar que sólo puede existir con ayuda del comercio, la pérdida de las colonias trasatlánticas ha sido su ruina.
Cádiz es ahora una sombra de su pasado; las clases bajas han tomado de los extranjeros muchos vicios que no son corrientes en las ciudades del interior de la templada y decente España. Cádiz, como residencia, es aburrida, pues es poco más que una prisión marítima; el agua es mala, y el clima, cuando soplan los vientos Solanos, detestable; éste es su Scirocco; el mercurio del barómetro sube entonces a seis o siete grados, los indígenas se vuelven casi locos, sobre todo las mujeres, y el viento inquisitivo pone de relieve todo lo que contiene de malo la constitución.
Richard Ford.
Manual para viajeros por Andalucía y lectores en casa (1845)
Traducción de Jesús Pardo.
Turner. Madrid, 2008.
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