07 junio 2020

Un bicentenario



Hace ahora doscientos años, en la primavera de 1820, Leopardi escribió uno de sus poemas más memorables, La sera del dì di festa, que comenzaba con estos versos:

Dolce e chiara è la notte e senza vento,
e queta sovra i tetti e in mezzo agli orti
posa la luna, e di lontan rivela
serena ogni montagna. O donna mia,
già tace ogni sentiero, e pei balconi
rara traluce la notturna lampa

Por esos mismos días le escribía una carta a su amigo y maestro Pietro Giordani, en la que decía:

También yo estoy suspirando ardorosamente por la llegada de la primavera como única esperanza y medicina que perdure más allá del agotamiento de mi ánimo; y hace algunas noches, antes de acostarme, con la ventana de mi habitación abierta, y viendo en un cielo puro un hermoso rayo de luna, y sintiendo un aire tibio y a unos perros que ladraban a lo lejos, se despertaron en mi interior algunas imágenes antiguas, y mi corazón se sintió conmovido, hasta el extremo de que me puse a gritar como un loco, pidiendo misericordia a la naturaleza cuya voz me parecía oír después de mucho tiempo.