29 julio 2020

Ford entre Chiclana y Medina




Lo mejor es dejar Cádiz por la tarde, durmiendo en Chiclana la primera noche y la segunda en Tarifa. Los que dividen el viaje en dos días y hacen noche primero en Vejer sólo encontrarán allí el más incómodo de los hospedajes; de aquí salen dos rutas, que daremos aproximadamente en millas —¡y qué millas!—. La primera ruta es la más corta. En la Venta de Ojén el camino se bifurca y una vía conduce a Algeciras, a diez millas. La vía directa, y la que toman los expresos enviados de Cádiz a Gibraltar, es una cabalgata dura y peligrosa, especialmente en el paso de la Trocha, que está infestado de contrabandistas y carboneros que, cuando la ocasión lo aconseja, se vuelven rateros y ladrones. La mejor ruta, con mucho, es:

                            Leguas    Total
Chiclana                  13  
Venta de Vejer         16        29
Venta Taibilla         14         43
Tarifa                     16         59
Algeciras               12         71
Gibraltar                 9         80


Dejando Cádiz por la Puerta de Tierra vamos a lo largo de la calzada de Hércules, pasando por la Cortadura y San Fernando, y dejamos la Isla en el puente de Zuazo, ya descrito. 
Chiclana es el lugar de desembarco, no de aguada, de los comerciantes gaditanos, que, cansados de su cárcel marítima, vienen aquí a gozar de la terra firma: y, sin embargo, a pesar de todos sus jardines, es un lugar desagradable y lleno de asquerosas alcantarillas abiertas. A pesar de todo es la Botany Bay a la que la facultad médica de Andalucía transporta a muchos pacientes a los que no puede curar: para fracturas dobles y desórdenes crónicos se recomiendan estos baños, leche de burra y un caldo hecho con cierta larga e inofensiva serpiente que abunda cerca de La Barrosa. Hemos olvidado el nombre genérico de este valioso reptil de Esculapio [Quizá se refiere a la morena, un pez semejante a la anguila]. El naturalista debiera capturar uno vivo y compararlo con las víboras que hacen tan buena carne de cerdo en Extremadura (véase Montánchez).

Desde la colina de Santa Ana se ve un buen panorama; a tres leguas de distancia, reluciente sobre una elevación donde no le es posible ocultarse, está Medina Sidonia, la ciudad de Sidón, que, según muchos, es el solar de la fenicia Asidón, que otros sitúan cerca de Alcalá de Gazules; no merece la pena visitarla, por no ser más que un sepulcro blanqueado lleno de decadencia, y esto mismo puede decirse de muchas de estas ciudades fortificadas, que, relucientes bajo el sol brillante y pintorescas por su forma y su situación, parecen, en la distancia, que tanto ayuda a dar encanto, como residencias de hadas: toda esta ilusión se disgrega al entrar en estas guaridas de suciedad, ruina y pobreza; allí la realidad, que es como una sombra que sigue a las esperanzas demasiado emotivas, oscurece el brillante sueño de la fantasía poética.

Nada es más diferente que el aspecto de las aldeas españolas en el bueno o el mal tiempo; como en Oriente, durante las lluvias invernales se convierten en el extremo mismo de la miseria y el cieno, pero basta con que el sol reluzca y todo se sobredora. Es la sonrisa que ilumina la expresión habitualmente triste del rostro de la mujer española. Afortunadamente, en el sur de España lo normal es que haga buen tiempo, y no, como entre nosotros, la excepción. El bendito sol reanima a la misma pobreza, y, gracias a su acción estimulante y revivificadora sobre el sistema humano, le permite defenderse contra los males morales a los que los países más favorecidos por el clima parecen, como a manera de compensación, más expuestos que aquellos cuyos cielos son tristes y donde los vientos son lúgubres y fríos.

Richard Ford.  
Manual para viajeros por Andalucía y lectores en casa (1845)
Traducción de Jesús Pardo.
Turner. Madrid, 2008.