21 agosto 2020

Tres ideas para volver a Bajo el volcán


Así titula Julián Herbert el magnífico prólogo que abre la nueva edición de Bajo el volcán en Literatura Random House con la traducción ya clásica que firmó en 1964 Raúl Ortiz y Ortiz y con el apéndice de la carta que Malcolm Lowry envió el 2 de enero de 1946 al editor Jonathan Cape, un largo texto de cuarenta páginas en letra menuda, donde defendió su obra contra los cambios que le sugería el editor a partir de un informe de lectura. Un texto iluminador para conocer el sentido de su escritura y algunas de las claves numerológicas y cabalísticas sobre las que se sustenta la estructura de una novela imprescindible.

“¿Qué significa -escribe Herbert- releer Bajo el volcán a estas alturas de la historia, a estas alturas de la vida?… Significa, para mí, volver a la habitación del monstruo original. Dejar para otro momento los alegatos autocompasivos en favor de la libertad de autodestrucción. Aceptar que la vida es una cárcel más horrenda y majestuosa que mi comprensión o mi voluntad. Aceptar que el arte, el arte profundo y verdadero, eso que llaman lo Sublime, todavía puede fulminarme. Aceptar que la banalización, la novedad, la levedad incluso -un valor estético que aprecio mucho- no siempre salvan.
Esta novela, verdadero vino de los bravos, me recuerda que lo oscuridad existe, que es hermosa, y que sólo sabe obsequiar quemaduras. Y que a veces tengo que besarla en la boca.”

Escrita con un lenguaje portentoso, trasladado al español por la admirable traducción a la que Raúl Ruiz dedicó cuatro años, Bajo el volcán aborda el tema de la autodestrucción, la culpa y el remordimiento, la soledad y la conciencia, la identidad y el conocimiento, el desarraigo y el destino a través de unos personajes problemáticos y atormentados cuyas vidas conflictivas transcurren al borde del abismo al que al final arrojan el cuerpo del Cónsul.

Hay más de esas tres razones a las que alude Herbert en su prólogo para volver a esta obra maestra, una de las mejores novelas del siglo XX, un texto fáustico y dantesco, tan alucinógeno como el mezcal y el alcohol que lo inundan, pero nada fácil para un lector apresurado o poco atento. No es la menor de ellas la exigencia de una novela inabarcable que pide varias lecturas y de la que decía García Márquez: “Bajo el volcán es tal vez la novela que más veces he leído en mi vida. Quisiera no leerla más, pero sé que no será posible, porque no descansaré hasta descubrir dónde está su magia escondida”.

Es la magia escondida cuya complejidad no pudo reflejar John Huston en su meritoria adaptación cinematográfica de 1984. Para entendernos: si Lowry la escribió en tres dimensiones, Huston la rodó como una película bidimensional, más simple y menos profunda que la novela, en la que se leen en cada página descripciones espléndidas y frases inolvidables como esta, imposible de llevar al cine:  Vacíos y dolientes están los trampolines.