El escarabajo de Mujica Láinez
Otro 11 de septiembre, el de 1910, nació en Buenos Aires Manuel Mujica Láinez, autor de novelas memorables como Bomarzo, El unicornio o El escarabajo, que publicó en 1982, dos años antes de su muerte, tras un demorado proceso de documentación y una lenta escritura de dos años y medio.
Planteada como una lúdica narración histórica, El escarabajo fue la última novela de Mujica Láinez y utiliza como eje narrativo el recorrido de un talismán de lapislázuli desde el Egipto de Ramsés II hasta el siglo XX:
Yo abracé la muñeca de la gran reina, la amé, la amo y la amaré siempre; yo torturé la falange del bufo Aristófanes; yo intervine en el asesinato de Julio César; yo estuve en Roncesvalles y Ávalon, con Carlomagno y Roldán; y presencié el pasar, por la piazzeta de San Marco, del divino Alighieri; y compartí la casa de Marco Polo; y dibujé con el Buonarroti; y anduve con Diego Velázquez; y colaboré en las invenciones de Raimondo di Sangro; y atestigüé los prodigios de Saint-Germain y Cagliostro; y al proscenio salí con Sarah Bernhardt... ¡Yo he visto a dioses y santos y ángeles y demonios! ¡Ah, si hubiese podido hablar!
Contada desde el punto de vista del escarabajo, que fue el regalo de boda para la reina Nefertari, en su peripecia llegará a la Atenas de Aristófanes, presenciará de cerca el asesinato de César, formará parte del ejército de Carlomagno, conocerá a Dante y a Miguel Ángel, frecuentará a Felipe IV y a Velázquez; se encontrará en Nápoles con Casanova o viajará al Buenos Aires colonial y regresará a París y a Grecia antes de ser arrojado al fondo del mar, donde coincide con una estatua de Poseidón a la que le narra su mágico discurrir milenario de mano en mano hasta que, rescatado de las profundidades del Egeo, acaba en poder de un escritor argentino que “reside en el corazón de su país, lejos de Buenos Aires, en un lugar que contornean las serranías verdes, y patrullan, como en los cuadros de lord Withrington, las colosales nubes. Lee, anota, pasea lentamente; contempla los árboles, el cielo. De noche me deja sobre su mesa, y no bien se duerme me pongo a hablarle. Al principio me pareció que mi mensaje no lo alcanzaba, hasta que una mañana compró un alto cuaderno, y en él, tan lentamente como pasea, se entregó a escribir. Tacha, enmienda, intercala, hojea textos, sacude diccionarios, consulta por carta a estudiosos. ¿Percibirá que su obra es el resultado de nuestra colaboración? Más aún: ¿discernirá que soy yo quien de noche se la va dictando, que soy yo quien se la hace soñar, y quien a menudo aprisiona y gobierna su pluma? ¿Se resignará a consignar esto en su libro, en nuestro libro, el libro que realiza el deseo del buen Poseidón? Ojalá no suprima nada, cuando deba corregirlo definitivamente. Ojalá él mismo entienda que esta historia, tan diversa y extravagante, es en realidad una historia de amor, y la última palabra que en la última página escriba, sea el nombre de la reina Nefertari, de Nefertari, de Nefertari, de la divina Nefertari...”
Acaba de reeditarla Drácena en una edición preparada por Esteban Piñeros Mosquera con más de medio centenar de notas que aclaran las muchas referencias históricas y culturales sobre las que se sostiene la estructura de esta novela que quedó como el testamento literario de Mujica Láinez.
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