Lenguaje y revelación
El lenguaje nos enseña los conceptos cuando somos niños, y por tanto es el lenguaje lo que primero nos otorga la capacidad de ver el mundo de manera que el mundo pueda aparecer. Pero nuestra primera experiencia del lenguaje, el amanecer del lenguaje, es diferente de nuestra experiencia del lenguaje cuando somos adultos.
Una ilustración vívida del poder revelador del lenguaje (diferente de la función representacional secundaria del lenguaje, como cuando lo usamos para transmitir información) la proporciona la notable historia de Helen Keller. De niña, Keller sufrió un grave ataque de sarampión que la dejó ciega y sorda. Le ocurrió antes del amanecer del lenguaje, y sólo gracias a la extraordinaria labor de su esforzada institutriz pudo superar estas extremas dificultades. Ese momento lo describe con sus propias palabras:
“Caminábamos por el sendero hacia el pozo, atraídas por el aroma de la madreselva que lo cubría. Alguien estaba sacando agua y mi profesora me puso la mano bajo el chorro. Mientras la corriente fresca caía sobre esa mano, ella deletreó en la otra la palabra «agua», primero despacio, después más deprisa. Permanecí inmóvil, poniendo toda mi atención en el movimiento de sus dedos. De repente sentí una consciencia nebulosa de algo olvidado, la emoción del regreso de un pensamiento; y de algún modo me fue revelado el misterio del lenguaje. [...] Me aparté del pozo ansiosa por aprender. Todo tenía un nombre, y cada nombre hacía nacer un nuevo pensamiento. Cuando volvimos a casa, cada objeto que tocaba parecía vibrar lleno de vida. Así era porque lo veía todo con la extraña nueva luz que me había llegado.”
Henri Bortoft.
La naturaleza como totalidad.
La visión científica de Goethe.
Traducción de Antonio Rivas.
Atalanta. Gerona 2020.
<< Home