17 octubre 2020

Alfredo Buxán. Lugar de las hogueras



No dejes de alegrarte cuando veas que una hoja 

se desprende del árbol: parece que está muerta 

pero baila en el aire, deja espacio a la vida 

que bullirá de nuevo en la savia que duerme.

Todo tiene sentido: descubre la belleza 

que alimenta los sueños de los que ahora pasan 

a tu lado, confusos, persiguiendo una sombra.

La huella siempre nueva de lo que nunca muere. 

Apóyate en el tronco, que tu cuerpo se adapte 

a la luz del milagro que se filtra en las ramas.

Absorbe el paraíso. Contempla el movimiento 

de todo lo que vive y respira despacio

la música del mundo de la que formas parte. 

Ese espléndido poema, A la sombra del árbol, forma parte del último libro de Alfredo Buxán, Lugar de las hogueras. Un libro atravesado por el amor y la ausencia, por las noches, el miedo y la soledad, pero también por la celebración de la belleza y de la memoria, capaces de hacer renacer desde las cenizas este lugar de las hogueras. 
 
 “Soy el de siempre: un hombre en la ventana”, escribe Alfredo Buxán en uno de estos poemas. Y desde ese lugar intermedio entre el interior y el exterior que es el de la mirada del asombro y de la espera del milagro están escritos los versos serenos de este libro, lleno de silencio y de huecos pero también de la memoria encendida que los alumbra y los calienta.

Poesía y verdad reunidas ejemplarmente en la voz afinada y auténtica con la que un hombre camina hacia dentro de sí mismo y se reconstruye sobre un mundo puesto en orden por sus versos (Despójate de todo / para nacer de nuevo) e iluminado por la luz que convocan estos poemas como hogueras encendidas en la noche.

Porque se canta lo que se pierde y vivir (y escribir) es ver volver, como en este emocionado y espléndido Noche sin fin:

Tuve de ti la noche que no acaba,

la que le roba al mundo la belleza,

la que le dobla el brazo a la desgracia.

Lo tuve todo, sí, tú me lo dabas: 

tus miradas de corzo desvalido, 

el oro siempre nuevo de tu ansia 

y el temblor casi ala de tus manos,

la hoguera desatada de tu vientre 

derritiéndose en silencio, 

feliz de no rendirse. 


Todo eso lo tuve cada día como un sueño, 

pero no me consuela. Ahora tengo el recuerdo 

clavándose en la carne como un viento muy frío.

Ahora tengo tu muerte, donde ya no te alcanzo.