16 noviembre 2020

Camino a Macondo

 
“Los fantasmas se exorcizan escribiendo, y los textos que siguen son precisamente eso: la ofrenda al pasado de un talentoso joven que, como tantos otros aspirantes a escritor, se la había pasado buscando temas extravagantes para relatos únicos y geniales que en realidad resultaron incoherentes o frívolos. A partir del viaje al origen, no necesita seguir buscando. Muchos años después, se habría de acordar del momento en que, ante la pérdida, lo rescató la mirada distanciadora que lo transformó en escritor. «Nada había cambiado, pero sentí que en realidad no estaba mirando el pueblo, sino sintiéndolo como si fuera una lectura… y lo único que tenía que hacer era sentarme y transcribir lo que ya estaba ahí». Casi recién bajado del tren, corre a su escritorio de las oficinas de El Heraldo, periódico de Barranquilla del que ya era periodista estrella, y borronea las primeras páginas de La hojarasca. A la mañana siguiente, un colega y amigo encuentra a García Márquez tecleando furiosamente todavía; «Estoy escribiendo la novela de mi vida», le anuncia al amigo. En el camino a terminarla va publicando trechos del texto aquí y allá; textos que fueron recuperados para esta colección. Aparece en ellos un cura anciano y buena gente que ve fantasmas; otro, más joven y también buena gente, que hace de mediador en pleitos que son el rescoldo de la violencia partidaria que llenó el pueblo de muertos. En un relato una mujer presencia, alucinada, una lluvia torrencial que dura tres días. De un cuento a otro van apareciendo distintos personajes con nombres que nos hacen saltar como si nos encontráramos de improviso con algún viejo amigo en la estación del tren; hay Nicanores, Rebecas, Remedios, Cotes, Moscotes, Buendías. Se trata, en realidad, de diferentes historias sueltas sobre un mismo poblado, en el que en la peluquería siempre colgará un letrero que dice «Prohibido hablar de política» y al alcalde siempre le dolerá una muela. Es un pueblo que todavía carece de nombre, pero en algunos relatos se hace referencia a otro, que está sobre la misma vía del tren: Macondo”, escribe Alma Guillermoprieto en el prólogo de Camino a Macondo. Ficciones 1950-1966, la antología que reúne los relatos y novelas cortas de García Márquez ambientados en Macondo y anteriores a Cien años de soledad, que acaba de publicar en una cuidadísima edición Literatura Random House, con ilustraciones de Pep Carrió.

Desde los primeros textos -entre los que destacan La casa de los Buendía y otros cuatro tempranos relatos breves que subtituló, como ese, Apuntes para una novela, el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo o Un día después del sábado- hasta La mala hora, se recogen en este espléndido volumen sobre la creación del ciclo de Macondo tres novelas cortas -La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba y la ya citada La mala hora- y un libro de cuentos, Los funerales de la Mamá Grande, con relatos tan imprescindibles como La siesta del martes, La viuda de Montiel o el que cerraba el conjunto y  le daba título.

Todas esas ficciones son eslabones fundamentales en la construcción del universo mítico que culminará en 1967 en Cien años de soledad. Fue un largo proceso que duró casi dos décadas y del que estos magníficos relatos dan un imborrable testimonio. 

A propósito del camino hacia Macondo que van abriendo estos relatos escribe Conrado Zuluaga en la Nota Editorial: “García Márquez sostuvo en diversas oportunidades que para escribir cada libro primero había que aprender a escribirlo, y solo entonces enfrentarse a la máquina de escribir. A él le tomó casi veinte años «vivir» en Macondo para aprender a escribir su novela Cien años de soledad. [...]  Esta antología solo tiene el propósito de mostrar la progresión, la búsqueda -a través de varios textos anteriores a Cien años de soledad- de ese mundo alucinado de ficción que tiene la ambición de ser real.”
 
Un proceso de conquista, más que de un territorio narrativo, de la expresión, un largo camino hasta encontrar el tono adecuado que se le impuso como una revelación, semejante al conocimiento del hielo, mientras conducía su coche hacia unas vacaciones familiares:

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces...