04 noviembre 2020

Los aforismos de Tomás Rodríguez Reyes


Rigor intelectual, exigencia ética, sensibilidad poética y altura estilística, he aquí cuatro cualidades infrecuentes, no ya reunidas, sino aisladas, en la mayor parte de los aforistas.
 
Cuatro cualidades que están presentes en los aforismos de Tomás Rodríguez Reyes, alejado siempre de la burbuja ingeniosa y de los fuegos fatuos, de la ocurrencia de barra de bar y del ingenio fácil.
 
Porque sus aforismos huyen del brillo superficial y del chispazo efectista, están escritos hacia dentro y son un ejercicio combinado de hondura y buena prosa que reúne en un volumen publicado por La Isla de Siltolá que toma su título -Suprema moralidad- de un aforismo de Juan Ramón Jiménez (“Ser breve, en arte es, ante todo, suprema moralidad”). 
 
Organizado en tres partes -El incógnito ser de las cosas, El desnudo de lo efímero y Tiempo y verdad-, la existencia y la música, el tiempo y la escritura, la lectura y la belleza, la palabra poética, entre el despojamiento y el silencio, como desciframiento del mundo, la búsqueda de la luz y la esencia transcendente del ser constituyen algunos de los hilos conductores de estos aforismos que son una profunda inmersión en el sentido de la vida, una búsqueda del centro. 
 
Dejo aquí tres ejemplos de estos aforismos de Tomás Rodríguez Reyes, que se define a sí mismo antes que nada como un lector:
 
Leer es un hallazgo permanente del cristalino reflejo de nuestra fugacidad; la búsqueda, la transformación a la pluralidad que nos acoge.
 
La poesía no acoge lo real o irreal, tampoco lo cotidiano o lo trascendente; ni siquiera lo posible o lo imposible. La poesía auspicia la razón luminosa de la condición humana con música y palabra en una misma unidad.
 
El poeta no desea revolucionar la poesía ni encender la palabra contra ella, ni desdecirla, tan siquiera decir qué es o qué no es. El poeta es diapasón, vaso, flauta de pan lábil y frugal que armoniza el susurro de la levedad, la transformación y la permanencia del ser.