16 mayo 2021

En Papel literario

 





En Papel Literario, suplemento de El Nacional de Caracas que dirige Nelson Rivera -“El Nacional continuará, también el Papel Literario. A pesar de todo”, me dice en un correo anterior a la toma de su sede por el ejército chavista- firmo este artículo sobre el poeta venezolano Alejandro Oliveros que abre mi breve selección de algunos de sus textos. Tocando en la imagen se accede a la  página con buena definición de lectura. 

También en este enlace: https://www.elnacional.com/papel-literario/sobre-la-poesia-de-alejandro-oliveros-una-aproximacion/

Sobre la poesía de Alejandro Oliveros. 

Una aproximación

Santos Domínguez 

 

En su último libro publicado hasta ahora, Poemas del cuerpo, incluía Alejandro Oliveros (Valencia, Venezuela, 1948) este texto que delimita su concepto de la poesía, el último sentido de su mundo poético:

 

Sobre la poesía

 

Siempre he creído que la poesía

es un don mezquino. No hay mayores razones

para sentirse orgulloso. No se trata

de los estigmas de San Francisco,

esa prueba irrefutable de la condición

de elegidos. Deberíamos ser humildes

pero nuestro castigo es la vanidad.

 

Una vez escribí que nuestro oficio

era sólo aproximativo y nunca alcanzaríamos

la fijeza de las estrellas. Quería decir,

me parece, que no llegamos a lo que sentimos.

Lo que sentimos es un círculo y el poema

es otro, más pequeño y hambriento.

La distancia entre ellos es el naufragio.

 

Treinta años más tarde, sigo pensando

que no es la poesía el mayor de los dones.

Pero, después de tantas líneas y borrones,

y las resmas de papel que han alimentado

mis cestos de basura, puedo decir

que ha servido para registrar las noches

y los días, Constanza y mi paisaje. No más.

 

Coetáneo del malogrado José Barroeta y posterior a la brillante generación de poetas a la que pertenecen Rafael Cadenas y Eugenio Montejo, Oliveros es una isla en el mapa de la poesía venezolana actual.

 

Lo destacaba Antonio López Ortega en el prólogo de Espacios en fuga, el volumen que editó Pre-Textos con la poesía reunida de Alejandro Oliveros entre 1974 y 2010.

 

Ese prólogo -‘Fragmentos de un discurso terrenal’- sitúa la obra poética del venezolano en un contexto que resalta la excepcionalidad de su voz, tanto por la tendencia a la narratividad como por la asimilación explícita de una serie de influencias literarias -de la poesía clásica grecolatina en Tristia o Magna Grecia a la anglosajona de El sonido de la casa- inusuales en una tradición poética venezolana que ha bebido fundamentalmente en fuentes francesas.

 

Oliveros es en ese sentido un raro ajeno al canon, una voz personal que construye un mundo propio con el potente paisaje vegetal de Venezuela, con la ciudad evocada -Valencia- o la vivida -Nueva York-, con la noche y la sonoridad del lenguaje poético, con el homenaje a los escritores que han marcado su escritura y con la conciencia del paso del tiempo.

 

Porque la mirada de Oliveros no se queda en el paisaje ni en el acontecimiento, sino en su rastro, en la huella que dejan los hechos y el entorno. Por eso en su poesía, de profunda raíz elegíaca, los espacios -íntimos o públicos- contienen siempre una alusión al tiempo en que se contemplan o se evocan.

 

Eliot y Tibulo, Pound y Ausonio, H.D. y Virgilio, Esquilo y Robert Lowell, Ovidio y John Donne conviven y reviven en los textos de Espacios en fuga, el título que reúne toda la obra poética de Alejandro Oliveros.

 

Dejo aquí un ejemplo: el poema “Ars”, que abría El sonido de la casa, un libro de 1983:

 

Con los mismos pronombres y adjetivos,

todos los poemas deben estar escritos

en alguna parte. Tal vez nuestra derrota

sea lo puramente aproximativo, la cercanía

máxima del ave a la rareza de los cuerpos fijos.

 

A menos que el círculo cuadre y se encierre

en el techo convexo de su doble, que la palabra

resista y se reconozca en el horizonte.

Reconocer los confines del canto, su extensión,

no frente a la muerte en la rama del árbol

sino ante el mismo centro que nos evade.

 

Desde Espacios hasta Poemas del cuerpo, pasando por dos libros centrales como Tristia y Magna Grecia, esta edición en Pre-Textos de la poesía de Oliveros, poco conocida aún en España, debería servir para consolidar y difundir una obra de enorme calidad y de inusual fuerza expresiva.

 

Que juzgue el lector con estas muestras, extraídas de Espacios en fuga (Poesía reunida 1974-2010). Edición al cuidado de Antonio López Ortega. Pre-Textos. Valencia, 2012.


IMITACIÓN DE ARQUÍLOCO


Corazón, corazón mío, agobiado por tormentos

que no cesan, levántate y enfrenta al enemigo,
no te niegues a un nuevo encuentro cuerpo a cuerpo,
ofrece tus manos y adelanta el más tenaz abrazo.

No te importe rodar con tu espalda sobre el lecho helado
o la grama amarillenta de estos trópicos,
vuelve sobre tus pies y doblega lo que te amenaza
con movimientos ceñidos de tus muslos.

Si triunfas, en largo y sudoroso combate,
no lo divulgues. No enseñes tu regocijo
a la mirada impropia. Pero si eres vencido
no llegues a casa con lamentos. Disfruta tu alegría

sin excesos. Y vive en silencio tu tristeza.
Piensa que la fortuna de los hombres, como olas, va y viene.

(De Poemas del cuerpo)



HELENA

Mañana se cumplen diez años de mi llegada
a esta ciudad sin destino. Los señores griegos
no han podido con las torres sin fin y murallas
de la patria de Príamo. Los conozco a todos,
los he atendido en mi casa de Lacedemonia.
Ese es Agamenón, mi poderoso cuñado,
imprudente monarca y matador de hijas,
el más engañado de los aqueos, causará
la ruina de su familia cuando regrese a Argos.


Aquel es Odiseo, el hijo astuto de Laertes,
experto en trampas y el primero de los burgueses,
no imagina lo que le falta, lo que le espera
antes de regresar a Itaca y abrazar a su padre.
El obstinado Aquiles, delicado y efímero,
me da lástima, el único entre ellos que conoce
su destino: no volverá a cruzar el vinoso
ponto que lo condujo a esta tierra de teucros.

Así, unos más, otros menos, se han hospedado
en mi palacio. Para no hablar de Ayax y Diomedes.
Nunca pensaron que se iban a demorar tanto,
juraban estar de regreso para diciembre,
adornar el árbol con el tesoro de Príamo,
cada uno con su esclava, que es como llaman
a las concubinas que nos traen a las casas.


Pero el fin está cerca. Héctor se despidió
de su pobre esposa. Al consentido de Aquileo,
Patroclo, le cortaron ya el aire y las venas.
Paris pule el afilado dardo que hiere de lejos,
su muerte envenenada se le nota en los ojos,
no me arrepiento de haber sido su amante,
hemos pasado juntos buenos días y noches,
lo volvería a hacer pero sin tanto escándalo.


Ahora el fin está cerca. Casandra llora y predice
pero nadie le hace caso. Los cielos de Troya
huelen a muerte y sangre coagulada. Puedo ver
las llamas asomándose al lecho de los niños,
ese olor acre a carne quemada en las chimeneas.

Troya VII se prepara a vivir bajo tierra
durante miles de años, el polvo sobre el polvo.
Volveré a Grecia al lado del rubio Menelao
y de nuevo habré de ser seducida y raptada,
no sé por quién ni cuándo, pero sé que será así,
por todos los siglos de los siglos. Amén.

   (De Magna Grecia)


A ISIS

Bendita seas, esposa del más sacrificado de los dioses,
principio de los elementos, creadora de la naturaleza del trópico,
manto del Orinoco, lluvia de la selva escondida,
las estrellas del eclipse no brillan más que tus ojos
y la luna nunca se oscurece en la lisura de tu frente.
Eres la que reina entre las sombras, 
la Virgen Dolorosa de mi infancia en Valencia,
la madre muerta y enterrada, la que descansa en el cielo.
De tus blancos senos brota el alimento más precioso, 
leche de música y espumas, blanca leche
de edredones y sedas, blanca leche suficiente y espesa.
En los surcos de tu sexo cultivamos el maíz y los frutos,
los semerucos y anones, los mangos de suave pulpa,
eres dadora del aire y la noche, de la respiración y el reposo.
Sólo tú, bendita entre las mujeres, eres la gran curadora,
la que sana el cuerpo de los operados,
la que cicatriza puntualmente y sin sangre las heridas,
cuidadora de hombres reducidos a la tristeza,
la que me acompaña en estos vacíos tan oscuros del alma,
la que llega con el agua fresca antes de acostarme,
la gran enfermera, la que toma el pulso y me ausculta,
el bálsamo esperado, la puerta del sueño y el descanso.
He vivido el privilegio de dormir en tu seno,
de morir a cada hora en la blancura de tus brazos, 
gran enterradora, amiga de muertos y desaparecidos.
Regrésame al día llevado de la mano, oh Virgen
la más grande, la que conoce paciencias y largas esperas,
la comprensible y llena de gracias,
ten piedad de los que responden a tu amor 
con la irresponsabilidad y el olvido. No tomes por pecado
mi abandono. Yo que a cada una de tus curas
respondo con nuevas agresiones. No me dejes solo
en esta vida ni en la otra, no te pierdas de vista, no te alejes.

(De Himnos)