Ritual del laberinto de Julio Mas Alcaraz
“Somos el humo de una guerra mal apagada”, escribe Julio Mas Alcaraz en uno de los poemas de su espléndido Ritual del laberinto, que publica Bartleby Editores.
Diez años después de El niño que bebió agua de brújula, Julio Mas funda en este libro un potente territorio literario y moral en el que dialogan dos voces femeninas -la de Lucía y la de su nieta Lorea- en un espacio que convoca el cruce del presente y el pasado para delimitar la identidad y conjurar el miedo, el nacimiento y la muerte, la imaginación y la memoria, en un despliegue de metáforas en las que se conjuntan la palabra y la mirada, la precisión verbal y la fuerza de la sugerencia en un hipnótico y bien empastado fraseo poético.
Conviven en estos poemas la elíptica secuencia narrativa y la admirable intensidad lírica de una potente voz poética dotada de la ambición expresiva y el ímpetu visionario de los verdaderos creadores como Julio Mas, que proyecta en ellos el tiempo y la derrota, la búsqueda y el miedo para levantar un testimonio del llanto y para
entender la vida
como un relato
que se hereda y transmite
con el mismo misterio
que lleva a las tortugas
a retornar, años después,
a la playa donde nacieron.
Levantados sobre el barro espeso de la sangre, las sombras y las balas, la lluvia y la ceniza, el silencio y el miedo, estos poemas sustancian los imposibles adioses en sus versos cruzados, escritos con la médula ardiente y dolorida de lo esencial y lo primario, con la autenticidad hecha palabra en “la luz del atardecer / al caer sobre las fosas comunes.”
Si un libro de poemas consiste sobre todo en la creación de una atmósfera verbal, en el hallazgo de una tonalidad emocional y en la propuesta de un territorio ético, los versos de Ritual del laberinto se yerguen con la fuerza de sus imágenes poderosas como un imperativo moral contra el olvido, porque “intentar olvidar es dejar a una persona viva enterrada bajo la nieve”.
Por eso aquí se evoca el luto sobre el fondo de la nieve, la mirada infantil bajo los bombardeos, el desarraigo y la huida por el mar, un silencio sin pájaros y la muerte, cuando “el ser / es el tiempo en su final.”
Y, como siempre en la poesía que importa, hay preguntas al fondo. Como estas:
¿Debemos esperar a que las aves
aniden en las coronas de espinas?
¿Para esto dejaron sin días a los huérfanos y los cielos sin aves?
Y una afirmación, pese a todo, de la vida, que se levanta sobre las ruinas porque
Atrapada en la tela de araña, la luciérnaga
sigue brillando.
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