El primer nombre de la patria vino del agua:
río
de las aguas abetunadas del Nalón
entre orillas de avellanos y escombreras
al sol inclinado de la tarde, oriente de pizarra
salpicada de flores sorprendidas de no ser dragones
amigos con la boca abierta a la corriente.
Riachuelos
fríos de monte en las medidas de una mano.
Mar
de los océanos del mundo a vista de muelle
de los barcos dibujados desde pequeño
de los nombres cambiados, de las sirenas que escuchas
en las noches de los años que pasan, de la calma
envuelta en la melancolía absoluta del viaje
de la mar de fondo que llega hasta aquí
para recordarme la voz de una patria distante.
Lluvia, ahora, que embarra el silencio
por más que escuche de vez en cuando la sirena
de un barco que me lleva, o la de un pozo
que me arrima al fondo con la gente perdida.
Ese poema de Xosé Bolado (1945-2021) forma parte de Un pájaro tan ligero, una amplia antología poética que publica Bartleby con edición de Esther Muntañola, a la que precisamente está dedicado ese texto de un libro de 2006, La estación de los relevos.
Está muy presente en ese poema “la música implacable del tiempo” que atraviesa su obra poética junto con la presencia del agua, una constante temática y simbólica que aparece ya en su inicial Línea imperceptible al temor (1989), como ese río y ese mar que forman parte de su paisaje vital y que son también una metáfora del paso del tiempo.
Poesía de tono bajo y línea clara en la que conviven lo narrativo y lo lírico, el registro oral y el escrito y las presencias conjuradas en una escritura que convoca el misterio y la memoria, la palabra y la mirada reunidas para articular el enfoque simbólico de la realidad que la caracteriza.
Junto con la búsqueda de la luz y de la identidad, de lo que persiste y sostiene sobre su continuidad la conciencia del ser y del estar, son esos algunos de los rasgos fundamentales que vertebran esta poesía, como en este Amo el tiempo piadoso de la memoria:
En cualquier lugar siento las voces
del mundo que quedó -no sé si atrás-,
vienen también los colores a sobreponerse
a la tierra sembrada de invierno.
Sólo el tiempo sigue su ritmo sin caos.
Que agosto no esconda la línea corta
de su dominio. Que no vuelva el pulso
a esta mano para repetir la espiral que madre
dibujaba firme. Que esta tarde en un cuarto
en el corazón de la ciudad piense en el relieve
del mundo heredado, tan escaso de luz
en sus mares vacíos, en la frontera de tiniebla.
El tiempo conduce, pero da igual que tú, ayer padre
me enseñaras el valor de estimarlo
hay momentos en los que la memoria juega
a esconderlo, como hace contigo, yo siempre
como si todo fuera presente y nada río abajo
se despeñara, como si nada verdadero cayera
sino rutina de los días bajo los pies cansados.
Amo el tiempo piadoso de la memoria.
El valor del corazón para vivir sin él.
“Amasando con sombras, con el agua turbia, con la propia tierra oscura de la memoria, Xosé Bolado modela imágenes que emiten luz, como las brasas. Nos regala ese fuego sagrado que debemos llevar de templo en templo y cuidar para que nunca se apague”, escribe Esther Muntañola en el prólogo a esta edición revisada por él, que llegó a las librerías poco después de su muerte.
de los nombres cambiados, de las sirenas que escuchas
en las noches de los años que pasan, de la calma
envuelta en la melancolía absoluta del viaje
de la mar de fondo que llega hasta aquí
para recordarme la voz de una patria distante.
Lluvia, ahora, que embarra el silencio
por más que escuche de vez en cuando la sirena
de un barco que me lleva, o la de un pozo
que me arrima al fondo con la gente perdida.
Ese poema de Xosé Bolado (1945-2021) forma parte de Un pájaro tan ligero, una amplia antología poética que publica Bartleby con edición de Esther Muntañola, a la que precisamente está dedicado ese texto de un libro de 2006, La estación de los relevos.
Está muy presente en ese poema “la música implacable del tiempo” que atraviesa su obra poética junto con la presencia del agua, una constante temática y simbólica que aparece ya en su inicial Línea imperceptible al temor (1989), como ese río y ese mar que forman parte de su paisaje vital y que son también una metáfora del paso del tiempo.
Poesía de tono bajo y línea clara en la que conviven lo narrativo y lo lírico, el registro oral y el escrito y las presencias conjuradas en una escritura que convoca el misterio y la memoria, la palabra y la mirada reunidas para articular el enfoque simbólico de la realidad que la caracteriza.
Junto con la búsqueda de la luz y de la identidad, de lo que persiste y sostiene sobre su continuidad la conciencia del ser y del estar, son esos algunos de los rasgos fundamentales que vertebran esta poesía, como en este Amo el tiempo piadoso de la memoria:
En cualquier lugar siento las voces
del mundo que quedó -no sé si atrás-,
vienen también los colores a sobreponerse
a la tierra sembrada de invierno.
Sólo el tiempo sigue su ritmo sin caos.
Que agosto no esconda la línea corta
de su dominio. Que no vuelva el pulso
a esta mano para repetir la espiral que madre
dibujaba firme. Que esta tarde en un cuarto
en el corazón de la ciudad piense en el relieve
del mundo heredado, tan escaso de luz
en sus mares vacíos, en la frontera de tiniebla.
El tiempo conduce, pero da igual que tú, ayer padre
me enseñaras el valor de estimarlo
hay momentos en los que la memoria juega
a esconderlo, como hace contigo, yo siempre
como si todo fuera presente y nada río abajo
se despeñara, como si nada verdadero cayera
sino rutina de los días bajo los pies cansados.
Amo el tiempo piadoso de la memoria.
El valor del corazón para vivir sin él.
“Amasando con sombras, con el agua turbia, con la propia tierra oscura de la memoria, Xosé Bolado modela imágenes que emiten luz, como las brasas. Nos regala ese fuego sagrado que debemos llevar de templo en templo y cuidar para que nunca se apague”, escribe Esther Muntañola en el prólogo a esta edición revisada por él, que llegó a las librerías poco después de su muerte.