25 junio 2021

Pla. Viaje en autobús


 

En el momento de tomar el autobús se nos quiere dar la impresión de que viajaremos como si estuviéramos en casa -o, mejor dicho, en una casa bonita y rutilante como una peluquería: papeles pintados, iluminación indirecta, muebles tubulares. Todo tan aerodinámico. La intención es de apreciar; pero, francamente, no me siento capaz de agradecérsela a nadie. Todo el material, por otra parte, está un poco ajado. Veo dos cristales rotos: otro se ha encasquillado y no sube ni baja. Las Revoluciones ajan las cosas. En España, hoy, hasta los arboles parecen sobados y manoseados.

Después del asalto de rigor, logramos tomar un asiento. El derecho de poner las asentaderas en estos tremendos, ruidosos vehículos, está sometido al azar más rigurosamente pascaliano. Digo pascaliano, porque Pascal inventó el cálculo de probabilidades y la ruleta. Este azar le proporciona a uno las contradicciones más extraordinarias.

—Qué flaco está usted, señor Pla -le dice a uno, a veces, el vecino de al lado-. ¿Sabe que está usted muy flaco? Allá por el año 1935 estaba usted mucho mejor, más gordo, más lleno. ¿Qué le pasa?

Otras veces le dice a uno el compañero de viaje:

—Pero, señor Pla, ¡qué gordo está usted! Está usted bien de kilos. ¿Qué le sucede? La última vez que le vi, allá por 1935, estaba usted muy flaco, estaba usted en los huesos. Va usted a perder la línea.

Esta es la primera lección de los autobuses: la relatividad de todo. Para unos, el infrascrito está flaco. Para otros, está gordo. Estas variaciones se producen a veces en una diferencia de horas. Hay razón para quedar perplejo. Uno piensa en las palabras del viejo Heráclito: la Naturaleza tiende a ocultarse a los ojos de los hombres. En este mundo, todo se suele ver a través del pie forzado de lo que a uno le falta. El que es gordo y quisiera ser flaco busca cómplices de su propia gordura. El que es flaco y quisiera estar gordo tiende a ver a sus semejantes en un proceso de acentuada delgadez. Y uno, en definitiva, no está ni flaco ni gordo, ni delgado ni repleto, sino que es simplemente un individuo que va paseando por el mundo, mejor o peor, sus prejuicios y envejecimiento en medio de pequeñas y grandes catástrofes.


Es un pasaje del primer capítulo del espléndido Viaje en autobús de Josep Pla que, casi ochenta años después de su aparición en 1942, publica Cátedra Letras Hispánicas con edición de Xavier Pla, que recuerda en su introducción -‘Lo que queda latente’- la muy favorable acogida de la obra, compuesta a partir de los artículos que Pla había ido publicando en la revista Destino en 1941 y los primeros meses de 1942, aunque en la construcción del libro en su forma definitiva en 1948 hay un proceso de reelaboración de esos textos y de incorporación de inéditos hasta 1947. No se trata, pues, de una mera recopilación, sino de “una operación de gran calado literario”, como destaca Xavier Pla, que inserta el libro en una peculiar poética del viaje, porque -afirma- “el viaje de Pla, los libros de viaje de Pla, tienen su propia poética”, que se levanta como “una construcción mental y literaria.”


La mirada hacia el paisaje y el oído hacia las conversaciones se conjugan en estas páginas que evocan unos recorridos espacialmente menores, casi domésticos, un itinerario comarcal de cien kilómetros de viajes en autobús por la costa catalana entre viajeros y viajantes a lo largo de las cuatro estaciones del año, desde el invierno hasta el otoño. 


Un viaje nada exótico que supone una afirmación de ese provincianismo voluntario, conscientemente cultivado por Pla, aquel payés del Ampurdán que escribía en el prólogo, que tituló Cuatro palabras:


Lo esencial para aprovechar un viaje es tomarlo como finalidad misma. Andar por el mundo un poco al azar es muy agradable. Viajar sin tener un objeto concreto es una auténtica maravilla. 

[...]

En mis libros no hay mosquitos, ni leones, ni chacales, ni objeto alguno sorprendente o raro. Confieso sentir, por otra parte, poca afición por el exotismo. Mi heroísmo y bravura son escasos. Me gustan los países civilizados. Desde el punto de vista de la sensibilidad, me daría por satisfecho plenamente si pudiera llegar a ser un hombre europeo. He sido siempre aficionado a la matelote de anguilas, a la becada en canapé y a la perdiz mediterránea.

[...]

Aquí está el fruto de mis recientes, insignificantes vagabundajes. Viajando en autobús, el vuelo es gallináceo.


En el Viaje en autobús está el mejor Pla, el que observa y escucha y con la agilidad de su prosa transparente y fluida escribe del paisaje y los paisanos, de los cafés y las estaciones, de las fondas y los mercados, de la lectura o el amor, de la educación y el estraperlo, del clima y la comida en el tono menor adecuado a la expresión de lo cotidiano y traza una desoladora crónica intrahistórica de la primera posguerra en Cataluña, como él mismo señalaba en el prólogo a la tercera edición ampliada de 1948, en la que naturalmente se basa esta edición: “algunos críticos afirmaron, a modo de exégesis, que su autor pretendía escribir un documental de la época, dar una imagen de los años que estamos pasando. Esa, en efecto, fue la pretensión y la justificación -quizá hipotética- de su tiraje. En la presente edición, esa característica está todavía, creo yo, más acusada.”


Un libro que significaba la madurez de su autor y una confirmación de sus acreditadas virtudes literarias: el límpido castellano casi oral de su “estilo a media voz”, como lo definió Dionisio Ridruejo, la naturalidad y la ironía, la mirada al paisaje o la capacidad para la sugerencia y el matiz descriptivo, la suma de observación y reflexión, de sarcasmo y lirismo, de impresiones y digresiones, de humor y una melancolía casi proustiana, o un sentimiento de desengaño como el que remata el último texto del libro: Epílogo, perplejidad:


Hay razones, me parece, para quedar perplejo. El mundo de hoy es un mundo dominado por la perplejidad. Sin embargo, algo se ha ganado. Las ilusiones se han desvanecido. En muchos aspectos de la vida, la eliminación de las ilusiones es saludable y positiva. Las ilusiones hay que reservarlas para aliñar las pasiones del amor y humanizar la ironía, para hablar con los amigos, para simplificar la vida.


Con estas palabras concluye Xavier Pla su estudio introductorio sobre este “artefacto literario mucho más complejo y sofisticado de lo que pueda parecer en una primera lectura”: “Es quizás  en este mundo detenido, el del tiempo sin duelo, también el de la perplejidad moral provocada por la desconfianza ante el progreso, donde mejor se hace evidente la capacidad literaria de Josep Pla para producir efectos de presencia. Y es quizás en Viaje en autobús, uno de sus mejores libros, donde el lector de hoy puede encontrar el retrato moral más completo de los estragos que tres años de guerra y otras tantas décadas de implacable dictadura infligieron en las vidas de la gente corriente en pleno corazón del siglo veinte.”


Cierran la edición, además de un índice onomástico que resume el amplio universo intelectual de Pla, tres apéndices que reproducen los dos primeros artículos de Destino, dos textos suprimidos de la primera edición y una curiosa autoentrevista de Josep Pla, que firmó en la misma revista el 29 de agosto de 1942 con el seudónimo J. Méndez-Bohigas: “Una interviú frustrada con el autor de Viaje en autobús”, donde dice:


-Pero, ¿qué quiere usted que le diga? Hubiera podido hablarle del libro cuando lo escribía, sudando toda clase de cosas, este invierno, en esta misma mesa. Pero, ahora, los que deben hablar son los lectores. El otro día oí decir a un señor, en el tren, que el libro le había hecho pasar un buen rato y que se había reído mucho. A esto contestó otro caballero, con un aire que me pareció disgustado y displicente, que el libro se vendía muy bien. A mí, esto me basta, porque lo que más me sorprende es que se vendan libros. El empeño que tiene la gente en que yo vaya escribiendo me parece un fenómeno extrañísimo. Esto durará lo que dure. Ya lo veremos. Mis ilusiones, en este punto son templos de antes e inciertas.

[...]

-Si algo desearía ser en el mundo, sería eso: el ciudadano más cosmopolita del Condado de Ampurias. Nada más, pero tampoco nada menos. Ilusiones que uno se hace, ¿comprende?