Un tigre se aleja
EL TIGRE
La juventud: ese animal salvaje.
Me dicen que este cambio de estación
es demasiado horrible, que envenena y ahoga.
Desnudo ante el espejo, pienso: No eres ya un crío.
No lo eres. Y a pesar de ello podrías
hacer girar la Tierra devastándolo todo.
Bajo un cuerpo entrenado crece el árbol que soy
-fuerte como un silencio, nervioso como el tigre
que atraviesa el verano trasladando consigo
la noche por los prados del poema-.
Años y años de duro entrenamiento con hierros
permiten modelar el código genético
que la naturaleza nos tuvo reservado.
Desnudo -la conciencia adormecida,
los latidos del corazón en vuelo raso-,
cruzo la casa en soledad y hallo un rincón perfecto
para sentarme. Reflexiono. Leo
las obras completas de mi existencia. Regreso
hasta un tiempo remoto donde invierto mi imagen:
No eres ya un hombre y sin embargo puedes
hacer cambiar el curso de la historia.
Por la ventana, lento, veo alejarse un tigre.
Ese texto final resume el tono y el contenido de Un tigre se aleja, el espléndido conjunto de poemas que publica Rubén Martín Díaz en Renacimiento
El tiempo y el recuerdo, la mirada hacia dentro y hacia atrás se reúnen en los treinta y tres poemas de este libro de madurez que confirma el ejercicio poético de línea clara compatible con la intensidad expresiva que estaba ya presente en su anterior Fracturas.
La mirada elegíaca que recorría aquel libro, con el que este mantiene una evidente continuidad, es uno de los vínculos que dan coherencia a la sólida trayectoria poética de Rubén Martín Díaz, en la que la memoria tiene un papel central:
La memoria es un vaso
lleno de agua con gas.
Los recuerdos ascienden
hasta la superficie,
y es ahí donde explotan.
Tan solo queda el líquido
que es materia de olvido:
vacuidad que se vierte
por el viejo desagüe
de los desamparados.
Esa mirada serena que rememora el trayecto vital y lo articula con la perspectiva de la experiencia, esa emoción contenida en el sosegado ritmo de sus versos miran el camino recorrido y se proyectan sobre el sentimiento del tiempo, sobre la conciencia de la fugacidad para insistir en la construcción de la propia identidad sobre la palabra y la mirada al mundo, sobre la serena música que emerge de estos versos.
Una música que surge del interior del poeta para expresar la limpia transparencia de su expresión poética y la delicada levedad de su palabra, que conjura en estos poemas la memoria y el sueño, la imaginación y la mirada:
Y a veces, cuando sueño muy profundo
y bajo al corazón de la memoria,
recuerdo todavía
las sombras que sin cuerpo deambulaban
por las altas ventanas de la imaginación.
Desde ese “sentir brotar desde lo hondo” del que habló Gil-Albert en la cita que encabeza el libro, vibran en estos poemas la palabra y el silencio del hombre asomado en el espejo para ver la luz del otoño y las cicatrices de la memoria, para evocar la intimidad familiar de los padres y los hijos, de quienes le vieron llegar y los que ahora le ven alejarse.
Y desde ese lugar central entre el pasado y el futuro, esta afirmación del presente, de la presencia y el instante:
He pensado en la lluvia desde el agua.
He vertido el instante,
que antecede a un diluvio milagroso,
en un cuenco apurado de recuerdos
que nubla mi memoria.
He sido el cielo desde mí,
el aire desde el aire.
He crecido en la lluvia
-vertical, afianzado-
desde esta noche quebradiza y tibia
que subraya en azul nuestra presencia.
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