14 julio 2021

Los placeres de la literatura latina


 “Vemos así que esta literatura es en realidad fruto de una convergencia: entre un estado social y político y un estado lingüístico, entre la ciudad romana y la lengua latina. Lo que queremos captar y definir aquí es una literatura de lengua latina y de inspiración romana. Y es fácil comprender por qué solo pudo nacer cuando se cumplieron simultáneamente esas dos condiciones indispensables, y también por qué no pudo sobrevivir a la desaparición de una de las dos. Para nacer, necesitaba que Roma se afirmase como centro político con la fuerza suficiente y que la lengua latina adquiriese una flexibilidad y una riqueza idóneas. Para decaer, necesitó que el crepúsculo del Imperio y la pérdida de los valores tradicionales comprometiesen definitivamente su vigor”, escribe Pierre Grimal en la Introducción de Los placeres de la literatura latina, que publica Siruela con traducción de Susana Prieto Mori.

Publicado en 1965 en la emblemática colección Que sais-je? como una breve aproximación a la literatura latina, es una de las obras de referencia más conocidas y reeditadas de Pierre Grimal (1912-1996), uno de los más insignes latinistas, que tras delimitar así el concepto de literatura latina como objeto de su ensayo, traza un recorrido global por géneros y épocas que se inicia con la poesía épica de Livio Andrónico y Nevio en el siglo III a. C. y concluye el siglo II d. C. con Frontón y Apuleyo en un proceso que tiene su raíz en la literatura griega y adquiere pronto entidad propia, porque “sería vano tratar de oponer una Grecia creadora a una Roma limitada a imitarla servilmente: la creación prosigue, de un dominio al otro, y solo la anterioridad de la literatura griega puede explicar que la de Roma se desarrollase tan deprisa, como si hubiera tomado un atajo hacia su perfección.”

Un recorrido rápido pero certero que cumple su cometido de diseñar un mapa cuyos detalles son objeto de estudios monográficos y no de una obra panorámica como esta, que se abre con un resumen de los orígenes de los distintos géneros de la poesía latina: el teatro de Plauto, que romaniza la herencia griega y le añade a la comicidad una lección de moral ciudadana, y el de Terencio, más reflexivo y de fondo filosófico; las sátiras de Ennio y Lucilio; la prosa historiográfica desde Fabio Pictor y Catón el Censor o la oratoria de Tiberio y Cayo Graco.

Se suceden después varios capítulos dedicados a Cicerón, su obra y su época, a su elocuencia oratoria unida a la acción política, a Salustio y la voluntad regeneracionista de su “conservadurismo inteligente”, a Catulo y sus epigramas eróticos, a Lucrecio y su admirable y asombrosa De rerum natura, que “tiene un propósito: eliminar el temor a los dioses, que sabe que es un veneno mortal para la mente humana. Es lo que nos hace temer a la muerte, lo que echa a perder las alegrías más naturales y legítimas.”

Ese poema fundamental, en palabras de Grimal, “prepara para Virgilio”. Porque si en la época de Cicerón la prosa es el medio fundamental de la expresión literaria, en la época de Augusto, con Horacio y Virgilio, Tibulo, Propercio y Ovidio, es la poesía la que alcanza su apogeo.

Están en ese momento los mejores escritores de la literatura latina: Virgilio, “el más grande de todos los poetas romanos “, que evoluciona desde el epicureísmo inicial a un neoplatonismo místico y neopitagórico, cuya amistad con Horacio, otro de los grandes en sus Épodos y sus Odas, “se ha convertido en leyenda”; Ovidio, en cuyas manos “todo se convierte en historia de amor.”

Pero también de época augústea, pese a la decadencia general de la prosa, es una obra tan excelente como la de Tito Livio, un patriótico filósofo de la historia más que un simple historiador, cuyas Historias en diecisiete libros se perdieron desafortunadamente.

Séneca, filósofo y dramaturgo, entre la virtud y la sabiduría; Petronio y su costumbrista Satiricón; Plinio el Viejo y su enciclopédica Historia natural en treinta y siete libros; los Anales de Tácito, “el más grande de los historiadores-rétores que conocemos”; Lucano y su Farsalia, “una epopeya estoica” o Persio, que pese a su muerte temprana, nos dejó un compendio de admirables sátiras en las que expresó su estoicismo riguroso e intransigente “que aspiraba a una absoluta pureza”; Marcial, el epigramático satírico; Juvenal, retórico y violento, o Suetonio, con su impagable labor de recopilación de obras anteriores en las Vidas de los doce Césares, son otros nombres imborrables de un catálogo de autores que culmina en el siglo II d.C. con Frontón, un hombre de letras consagrado a la pura expresión literaria, y el más profundo, inquieto y complejo Apuleyo:

Una provincia del Imperio parece haber  opuesto a la lenta descomposición de la literatura latina una resistencia más larga que las demás. En el siglo I d. C. España había demostrado ser una cantera de talentos. En el siglo II, esa función pertenece a África. Y de allí son originarios dos de los escritores paganos más grandes: el rétor Marco Cornelio Frontón y el filósofo «Apuleyo».

El conjunto resumido por Grimal completa un paisaje que “esconde el secreto de esta literatura: su capacidad para establecer y mantener un diálogo entre el escritor y el lector, su voluntad de persuasión, que seduce y somete a los refinamientos más sutiles del arte. En Roma, todos los diletantismos griegos se disciplinan al servicio de un humanismo ampliado.”