14 agosto 2021

El espejo roto

 


Todo se confundía, la verdad y la mentira, la humildad y la soberbia, complicando aún más las cosas. Cualquier noticia desconcertante, cualquier página suelta era arrancada de su contexto histórico y puesta alegremente en circulación sin someterla antes a análisis alguno, sin contrastarla ni examinarla seriamente. Y lo que es peor: todo ello se hacía, en la mayoría de los casos, para satisfacer intereses políticos, saldar cuentas, derribar al adversario y en modo alguno para servir a la verdad. Todo se hacía en aras de la rabiosa actualidad. Entretanto, aquel aluvión de novedades no hacía más que agravar la confusión y la desesperanza de una población que había perdido la fe en casi todo y a duras penas se orientaba en medio de la marea de sucesos que se arremolinaban. 

 Una sociedad enferma, adormecida y habituada a la mentira no asimilaba la verdad ni sabía muy bien qué hacer con ella. Daba la impresión de que la gente no necesitaba para nada esa verdad grande, pesada y peligrosa y que todos preferían tener sus propias pequeñas verdades que les sirvieran de consuelo. A una escala global se había producido lo que me gusta llamar «Efecto del espejo roto», es decir, cuando una verdad única e indivisible va a parar a manos de la gente y, al hacerlo, se divide en una miríada de añicos, de pequeños trozos de verosimilitud en los que ya nunca serás capaz de contemplar el rostro entero de la verdad .

Vitali Shentalinski.
La palabra arrestada.

Traducción de Marta Rebón, 

Ricard Altés Molina y Jorge Ferrer.

Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2018.