06 agosto 2021

Falstaff: Lo mío es la vida

 

Shakespeare no permite que Falstaff muera en escena. Vemos y oímos las muertes de Hamlet, Cleopatra, Antonio, Otelo y Lear. A Yago se lo llevan para que muera torturado y no lo oigamos. Macbeth muere entre bastidores pero sucumbe luchando. Falstaff muere cantando el salmo veintitrés, sonriéndole a la punta de los dedos, jugando con flores e invocando a Dios tres o cuatro veces. Esto suena más a dolor que a oración.

No queremos que muera Falstaff. Y, desde luego, no muere. Él es la vida misma. Cada dos semanas se muere algún amigo o un buen conocido. Pasa mi generación. Me consuela que Falstaff esté entre los inmortales.

Vuelvo con estas conjeturas al soliloquio de Falstaff sobre el jerez. Su jerez es el oloroso intenso. Opera ascendiendo a su cerebro, haciéndolo receptivo, inventivo y vigoroso, y le infunde un gran ingenio. También da calor a la sangre, ilumina el contenido y actúa como un faro que llama a las armas al reino de nuestro cuerpo. Infunde bravura en el corazón y por eso el príncipe Hal es valiente, pues Falstaff le ha enseñado a libar jerez.

No tomemos literalmente el sermón de Falstaff. Su oloroso no sólo es placentero en sí mismo, sino causa del placer en los devotos del Caballero Gordo. Falstaff ha vivido su fe. Va a la batalla de Shrewsbury con una botella de jerez en la pistolera. La pistola le puede salvar la vida, pero su genialidad está en burlarse de la violencia organizada.

Harold Bloom.
Falstaff: Lo mío es la vida.
Traducción de Ángel-Luis Pujante.
Vaso Roto Ediciones. Madrid, 2020