“Más de doscientos años después de los dramáticos eventos que comenzaron en 1789, la historia de la Revolución Francesa sigue siendo relevante para todos los que creen en la libertad y la democracia. Cada vez que se producen movimientos por la libertad en cualquier parte del mundo, sus partidarios afirman estar siguiendo el ejemplo de los parisinos que asaltaron la Bastilla el 14 de julio de 1789. Cualquiera que lea las palabras de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, publicada en agosto de 1789, reconocerá inmediatamente los principios básicos de libertad individual, igualdad jurídica y gobierno representativo que definen las democracias modernas. Sin embargo, cuando pensamos en la Revolución francesa, también recordamos los violentos conflictos que enfrentaron a los que participaron en ella y las ejecuciones en la guillotina. Asimismo, recordamos el ascenso al poder del carismático general cuya dictadura acabó con el movimiento”, escribe Jeremy D. Popkin en el prefacio de la magnífica Historia de la Revolución francesa que con el título El nacimiento de un mundo nuevo publica Galaxia Gutenberg con traducción de Ana Bustelo Tortella.
Con un epígrafe de apertura de Saint-Just -“La fuerza de las cosas quizás nos ha llevado a hacer cosas que no previmos”-, que resume cómo los acontecimientos se precipitaron, porque las acciones tienen consecuencias indeseables, como advirtió Tocqueville, esta nueva Historia de la Revolución francesa es un potente relato hecho desde dentro, para el presente y para un público amplio, de uno de los acontecimientos más trágicos y más decisivos de la historia de la humanidad y de su legado en el mundo moderno y en los desafíos del mundo contemporáneo.
Desarrollada en torno a los ideales de igualdad y libertad, la Revolución Francesa fue el laboratorio en donde se pusieron las bases del mundo contemporáneo con toda su conflictiva mezcla de matices positivos y negativos. Un episodio central en el que muchos de los acontecimientos convergentes generaron su propia dinámica conflictiva, a veces incontrolable, en la que hunden sus raíces los populismos y los nacionalismos, el feminismo y el abolicionismo.
Un relato construido para un público amplio a base de hechos y de retratos que arrancan de una inolvidable comparación de las vidas paralelas de Luis XVI y el vidriero Jacques-Louis Ménétra, que son el punto de partida de un recuento cronológico y coral de la revolución, con sus luces y sus sombras, con sus conquistas y sus abusos, con la Declaración de los derechos humanos y la dictadura del Terror, con voces que no son sólo las de sus protagonistas -Luis XVI, Mirabeau, Marat, Danton o Robespierre-, sino también las de personas anónimas para la historia:
Es imposible describir en términos simples a casi
ninguno de los cientos de personajes que los lectores encontrarán en
estas páginas. Luis XVI y María Antonieta no podían comprender los
principios revolucionarios de libertad e igualdad, pero estaban
comprometidos de verdad con lo que creían que era su deber de defender
las instituciones establecidas de la nación. Destacados líderes
revolucionarios, desde Mirabeau a Robespierre, abogaron por principios
admirables, pero también aprobaron medidas con un alto costo humano en
nombre de la Revolución. Los hombres y mujeres comunes fueron capaces
tanto de actos de valor, como el asalto a la Bastilla, como de actos de
crueldad inhumana, incluyendo las matanzas de septiembre de 1792.
Ciertamente, todos los participantes podrían haber estado de acuerdo al
menos en una cosa: la verdad de las palabras de un joven legislador
revolucionario, Louis-Antoine de Saint-Just, cuando afirmó que «la
fuerza de los acontecimientos nos ha llevado, quizá, a hacer cosas que
no habíamos previsto».
Con una mezcla de historia política tradicional y de enfoque innovador que atiende también a lo intrahistórico, Popkin aborda el proceso que llevó del absolutismo a la revolución, del auge revolucionario que sentó los principios fundamentales de la democracia moderna a la crisis política, al choque entre revolucionarios y contrarrevolucionarios, al autoritarismo y los excesos dictatoriales del Terror, a la reacción y al bonapartismo.
Una sucesión vertiginosa de acontecimientos que se precipitaron en el paso de una monarquía a la deriva al levantamiento de la nación en armas, de los Estados Generales a la Asamblea Nacional, y de ahí a discrepancias internas e insurrecciones, a la dictadura y el viraje de Thermidor, a la muerte lenta de la República y la aparición de Napoleón.
Popkin construye así, con voluntad narrativa y rigor histórico, una panorámica de personajes y acontecimientos que da lugar a un relato absorbente, construido desde dentro, desde la perspectiva de los protagonistas, famosos o desconocidos. El resultado es una narración coral y cronológica de una época turbulenta y creativa, un brillante recuento que lleva al lector al centro de los hechos a través del contacto con el dia a dia público y privado de los personajes que protagonizaron o sufrieron uno de los episodios más dramáticos y decisivos de la historia de la humanidad. Así lo resume Popkin:
El hecho de que la Revolución francesa siga siendo relevante hoy día no significa que los eventos de 1789 sean simples o que puedan ofrecer respuestas claras a las preguntas de nuestros días. La nueva forma de ver algunas cuestiones, como el papel que tuvo la mujer en la Revolución, los debates de los revolucionarios sobre la raza y la esclavitud, y la forma en que la política revolucionaria prefiguró los dilemas actuales de la democracia, pueden darnos una visión diferente del movimiento, pero el mensaje de la Revolución y sus consecuencias siguen siendo ambiguos. La libertad y la igualdad significaban cosas muy distintas para diferentes personas en ese momento, como sigue ocurriendo desde entonces. Una de las lecciones más relevantes de la Revolución, primero impulsada por el crítico conservador Edmund Burke, y articulada con más fuerza por el gran teórico político del siglo Alexis de Tocqueville, es que las acciones tienen, inevitablemente, consecuencias no deseadas. Sin embargo, una lección igual de importante es que a veces es necesario luchar por la libertad y la igualdad, a pesar de los riesgos que conlleve el conflicto. El respeto por los derechos individuales inherentes a los propios principios de la Revolución nos obliga a reconocer la humanidad de quienes se opusieron a ella, y también a tener en cuenta las opiniones de quienes pagaron un precio por quejarse de que el movimiento no siempre cumplía sus propias promesas. A pesar de sus defectos, la Revolución francesa sigue siendo una parte vital de la herencia de la democracia.