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23 noviembre 2021

El toque Lubitsch y otros roces

Con un daiquirí de Ruberman, la primera maravilla del mundo moderno, observarás cómo los Ford, los Chevy, los Buick, los Pontiac, todos del 56 ––el mejor año para los coches––, y los teléfonos de los años veinte, que todavía abundan, con horquilla, los mismos de Eliot Ness y sus Intocables, las motos con sidecar, incluso los televisores rusos del deshielo, hacen sociología de la buena, mientras una música de almíbar que llega de Marianao, directamente desde Tropicana, te cuenta al oído que estás en el Paraíso Perdido. Justo en ese momento, ¡buuumm!, suena el cañonazo del Morro. Son las nueve. Has fondeado. ¿Dónde? No lo sé. Pero has atracado, has echado el ancla. Y no te quieres ir. En tu cara solo hay una ligera huella de pérdida. Entonces, mirando la paleta de morados, lilas, ocres y cadmios de las casas a medio desmoronarse del Malecón, te tomas otro daiquirí ––el único cóctel con ideas–– y, qué diablos, la santería de san Lázaro estalla en tu cerebro, que busca en el monte amparo.
Y brota hierbabuena de tu cuerpo.


Así termina Daiquirí, un texto de 1996 que es ahora el capítulo inicial de El toque Lubitsch y otros roces, de José Luis Garci, que aparece en Reino de Cordelia en una edición magníficamente ilustrada con abundantes ilustraciones fotográficas, carteles de películas y fotogramas tan espectaculares como el que acompaña estas páginas, la escena de la partida de cartas de Dr. Mabuse, que dirigió Fritz Lang en 1922.

Ese es el primero de un conjunto de ocho textos escritos a lo largo de un cuarto de siglo, hasta el que cierra el volumen, Screen Wars (La guerra de las pantallas), que es de este mismo año.

Lo presenta un prólogo ('El toque Garci') en el que Noemí Guillermo, filóloga autora de un libro sobre Mabuse, avisa de que “no estamos, como digo, ante un libro pelmazo, de los que tanto abundan, ni de esos con notas en la parte final o llamadas a pie de página. Tampoco con listado bibliográfico, porque su autor, a diferencia del resto del mundo, busca la información en su prodigiosa memoria, que lo emparenta con Funes y llega a ser insultante para el común de los mortales. Es, más bien, un libro comunicativo, alegre y dicharachero como Gustavo, el reportero de Barrio Sésamo, en el que Garci derrama su ingente conocimiento cinematográfico, artístico y literario de forma ligera y sin pretensiones.
 Por las páginas que siguen a este prólogo descubrirá el lector los verdaderos motivos por los que millones de estadounidenses creyeron que los marcianos habían desembarcado en Kansas City; quién es ese hijo de Lang que presagia a Hitler e influye de forma inequívoca en el resto de archivillanos del cine; dónde y a partir de qué fuentes nace la trilogía de El crack o qué diablos es eso del famoso «toque Lubitsch». Encontrará, además, una peculiar teoría de la evolución, las referencias cinematográficas que habitan en la obra pictórica de Eduardo Úrculo, así como un texto delicioso sobre una dama algo entrada en carnes, obnubilada por el ansia de reencontrarse con su fogoso amante, por el que, lo reconozco, siento especial debilidad (¿quién no se ha vuelto tonto de amor alguna vez?), y que se incluyó dentro de un volumen editado por el Museo del Prado titulado Vidas imaginarias.”

La evocación de Hemingway en el Floridita de la Habana en diciembre de 1954; un Eduardo Úrculo que “finalmente se ha hecho cine y, por tanto, pinta a 24 emociones por segundo” y que ilumina con su pintura Manhattan “como nadie antes lo había hecho: con el color de nuestras ilusiones”; la voz de Orson Welles, “tan importante como su obra”; Fritz Lang, “uno de los grandes creadores que nos ha regalado el cine”, y su Trilogía Mabuse, “el país del Mal” del que proceden muchos de los malvados y psicópatas del cine y el cómic; un recorrido por la memoria de la Gran Vía madrileña, la calle de los cines, son algunos de los textos de este libro que toma su título de uno de los artículos, que asume a su vez el de un brillante libro de Herman Weinger sobre el director berlinés, un artista que modificó la forma de escribir guiones y dirigir películas con su capacidad de sugerencia y elipsis y sus sorprendentes giros argumentales:

“Es muy difícil -escribe Garci- definir qué rayos es el ‘toque Lubitsch, porque es algo inaccesible, invisible; es un olor, un perfume que inunda toda la película. El auténtico cine con olor es el de Lubitsch, no aquel Odorama de los años cincuenta. Es imposible explicar lo que no se puede. Es eso, el basurero veneciano que recoge la basura mientras canta románticas serenatas desde su góndola.”

Cierra el volumen un texto reciente sobre la evolución de los espacios y las pantallas y de cine: desde las grandes catedrales cinematográficas y sus pantallas de tela a las pantallas de cristal de la televisión y de ahí a las pantallas táctiles de los dispositivos digitales actuales.

El conjunto traza una historia personal del cine que cumple el objetivo que Garci fijaba al comienzo del libro:

Me conformaría con que estos párrafos se parezcan un poco a la pintura pop, a la tele y a la radio, es decir, que sean variados, como la lucha libre, igual de divertida, alegre, ingenua y luminosa, llena de colores estimulantes en los batines de los luchadores y en los tintes de las cabelleras de las campeonas. Ojalá que mis reflexiones no hayan envejecido demasiado y, por el contrario, recuerden aquello que comentaban Epicuro y sus amigos, filósofos ilustres, en los night clubs de Atenas: que no deberíamos tomarnos muy en serio, ni a nosotros ni a lo que hacemos.