En 1877, tres años antes de su muerte y en plena crisis de creatividad tras la mala acogida crítica de Madame Bovary y La educación sentimental, Flaubert publica Tres cuentos, que sería su último libro editado en vida, porque el inacabado Bouvard y Pécuchet aparecería ya póstumo.
Aquellos fueron años negros en la vida de Flaubert, años de luto personal y depresión, de fracaso literario y de problemas económicos que lo pusieron al borde de la ruina y ocasionaron su retirada de la escritura, antes de un regreso lleno de inseguridad. Con aquellos Tres cuentos, un libro aparentemente menor, obtuvo sin embargo el primer reconocimiento de la crítica.
Un corazón simple, La leyenda de san Julián el Hospitalario y Herodías son los títulos de esos tres relatos que transcurren en tres momentos históricos y en tres espacios muy distintos: entre la realidad contemporánea y la narración histórica, entre el propósito documental y la voluntad simbolista.
Esa doble tendencia la había ido alternando Flaubert en toda su producción novelística, donde había pasado de lo histórico en La tentación de san Antonio a lo contemporáneo en Madame Bovary y de ahí a Salammbô para volver a la realidad contemporánea con La educación sentimental.
De esa alternancia habla Mauro Armiño en el espléndido prólogo con el que abre su traducción de los Cuentos completos de Flaubert que acaba de publicar en Páginas de Espuma para conmemorar el bicentenario de su nacimiento en 1821.
En ese prólogo Mauro Armiño traza un completo recorrido crítico por la trayectoria literaria y vital de Flaubert y por su concepción narrativa, que “se divide de forma alterna entre esos dos mundos: una visión directa de la realidad y la reconstrucción fantástica de personajes míticos o de civilizaciones desaparecidas […] La misma alternancia se opera en su último libro publicado, Tres cuentos, que contiene un relato simbólico iniciado nada más acabar Bovary, ‘La leyenda de San Julián el hospitalario’; otro realista sobre una figura de la vida provinciana, ‘Un corazón simple’, y, por último, una recuperación de la antigüedad oriental y romana: ‘Herodías’.”
Aquel Flaubert “desalentado del mundo y con conciencia de fracaso como persona y como escritor”, en palabras de Mauro Armiño, escribió los tres cuentos entre 1875 y 1877, en año y medio de trabajo intenso y documentación minuciosa y precisa. Fue un trabajo lento que explicaba en una carta a su sobrina a propósito de Un corazón simple: “Ayer trabajé dieciséis horas, hoy todo el día, y por fin esta noche he terminado la primera página.”
Son muy evidentes las correspondencias y los puntos de contacto entre estos tres cuentos y sus novelas anteriores. Un corazón simple, sobre la vida anodina de un personaje irrelevante, la criada Félicité, tiene mucho que ver con Mme. Bovary, incluso en la ambientación provinciana en Normandía; la sangrienta y medieval Leyenda de san Julián el hospitalario remite en algunos aspectos a Las tentaciones de san Antonio y finalmente Herodías, con el esplendor de su mundo antiguo y bíblico en torno a la decapitación del Bautista, no oculta sus deudas con el mundo novelístico de Salammbô.
“Tres mundos, tres épocas -explica Mauro Armiño- que responden al vaivén al que Flaubert somete a toda su obra: un ‘realismo’ al que sucede una invención visionaria de tramas que se sitúan varios centenares o miles de años atrás. Ahí el novelista puede imaginar el mundo tanto de abnegación que le interesa -y también de insensibilidad por parte del entorno de Félicité- como de crudeza, donde las cabezas sanguinolentas de los animales que San Julián mata tienen una analogía con el mundo cruel del tetrarca de Judea.”
Además de la interesante correspondencia sobre Tres cuentos y del Prefacio de 1870 a las Dernières Chansons de Louis Bouilhet, donde resumió su idea de la vida y su concepción del arte narrativo, esta monumental edición de los relatos flaubertianos recoge sus diecisiete cuentos póstumos, obras de juventud como Matteo Falcone o Dos ataúdes para un proscrito, La novia y la tumba, La peste en Florencia o Bibliomanía, el primer texto propio que Flaubert vio impreso: tenía quince años cuando apareció este relato en un periódico de Ruán.
Es la primera vez que se reúnen en español esos relatos de juventud, escritos entre los quince y los veinte años. Con un importante fondo autobiográfico, notable en la novela corta Las memorias de un loco, su culminación es Noviembre, que surgió de un episodio de iniciación amorosa que protagonizó Gustave Flaubert en octubre de 1840.
Con aquella experiencia iniciática Flaubert entraba en la madurez sexual y creativa. Su marca persistente reaparecerá en La educación sentimental, en Mme. Bovary o en Salammbô, pero antes servirá para completar este retrato del artista adolescente, una autobiografía romántica que es también la más acabada de sus obras de aprendizaje juvenil, su primera narración considerable y la última de sus confesiones, con la que daba por clausurada su juventud.
Porque Noviembre es el punto final del Flaubert romántico y autobiográfico y el punto de partida del autor de algunas de las mejores novelas del XIX. Está aquí todavía el autor enamoradizo y soñador de las Memorias de un loco, el que se evade con la imaginación a lugares exóticos y vive obsesionado con la muerte, el que habita más en el pasado de la ensoñación melancólica que en el hastío y el desapego del presente.
Pero hay ya en esta novela corta, a pesar de ciertas persistencias de un espíritu visionario, señales que apuntan en otra dirección, hacia un alejamiento del narcisismo autobiográfico para explorar otras vidas, para practicar análisis y disecciones psicológicas, como llamó Flaubert a estas tentativas, que luego serían fundamentales para la apertura de nuevas vías narrativas, imprescindibles en sus grandes novelas.
La figura de Marie -mitad ángel, mitad demonio, como suele suceder con las figuras femeninas del Romanticismo-, que representa el deseo, la pasión y el arrepentimiento, reaparecerá parcialmente en Emma Bovary, en la Mme. Arnoux de La educación sentimental, y sus rasgos seguirán siendo perceptibles en algunos personajes femeninos de Salammbô o de Bouvard y Pécuchet.
No es ese el único motivo que hace de Noviembre un relato imprescindible para entender la producción posterior de Flaubert. Cierre y apertura de dos momentos en la evolución de su autor, es también una novela de aprendizaje literario, de adiestramiento técnico y no sólo sentimental.
Aunque declaró varias veces su aprecio por Noviembre, Flaubert no la quiso publicar, y hubo que esperar a 1910, treinta años después de su muerte, para una primera edición que permitiera calibrar su importancia como ejercicio estilístico, la tensión de su prosa y –lo que parece más decisivo- los cambios en el punto de vista narrativo, con los que Flaubert empieza a mostrar su creciente capacidad novelística y su esfuerzo para construir personajes desde dentro.
La propuesta final de una nueva voz, la perspectiva de un narrador distante y objetivo, una voz ajena a los dos personajes, es un primer anuncio serio del virtuosismo novelístico de Flaubert. Por eso Noviembre no es sólo la crónica de la transformación sentimental operada por la pasión erótica, es también la primera piedra sobre la que se levantaría el sólido edificio de algunas de las novelas más memorables del Realismo.
Las espléndidas traducciones de Mauro Armiño dan un valor añadido en español a estos relatos juveniles de Flaubert que van prefigurando poco a poco su inconfundible universo narrativo.
Esa doble tendencia la había ido alternando Flaubert en toda su producción novelística, donde había pasado de lo histórico en La tentación de san Antonio a lo contemporáneo en Madame Bovary y de ahí a Salammbô para volver a la realidad contemporánea con La educación sentimental.
De esa alternancia habla Mauro Armiño en el espléndido prólogo con el que abre su traducción de los Cuentos completos de Flaubert que acaba de publicar en Páginas de Espuma para conmemorar el bicentenario de su nacimiento en 1821.
En ese prólogo Mauro Armiño traza un completo recorrido crítico por la trayectoria literaria y vital de Flaubert y por su concepción narrativa, que “se divide de forma alterna entre esos dos mundos: una visión directa de la realidad y la reconstrucción fantástica de personajes míticos o de civilizaciones desaparecidas […] La misma alternancia se opera en su último libro publicado, Tres cuentos, que contiene un relato simbólico iniciado nada más acabar Bovary, ‘La leyenda de San Julián el hospitalario’; otro realista sobre una figura de la vida provinciana, ‘Un corazón simple’, y, por último, una recuperación de la antigüedad oriental y romana: ‘Herodías’.”
Aquel Flaubert “desalentado del mundo y con conciencia de fracaso como persona y como escritor”, en palabras de Mauro Armiño, escribió los tres cuentos entre 1875 y 1877, en año y medio de trabajo intenso y documentación minuciosa y precisa. Fue un trabajo lento que explicaba en una carta a su sobrina a propósito de Un corazón simple: “Ayer trabajé dieciséis horas, hoy todo el día, y por fin esta noche he terminado la primera página.”
Son muy evidentes las correspondencias y los puntos de contacto entre estos tres cuentos y sus novelas anteriores. Un corazón simple, sobre la vida anodina de un personaje irrelevante, la criada Félicité, tiene mucho que ver con Mme. Bovary, incluso en la ambientación provinciana en Normandía; la sangrienta y medieval Leyenda de san Julián el hospitalario remite en algunos aspectos a Las tentaciones de san Antonio y finalmente Herodías, con el esplendor de su mundo antiguo y bíblico en torno a la decapitación del Bautista, no oculta sus deudas con el mundo novelístico de Salammbô.
“Tres mundos, tres épocas -explica Mauro Armiño- que responden al vaivén al que Flaubert somete a toda su obra: un ‘realismo’ al que sucede una invención visionaria de tramas que se sitúan varios centenares o miles de años atrás. Ahí el novelista puede imaginar el mundo tanto de abnegación que le interesa -y también de insensibilidad por parte del entorno de Félicité- como de crudeza, donde las cabezas sanguinolentas de los animales que San Julián mata tienen una analogía con el mundo cruel del tetrarca de Judea.”
Además de la interesante correspondencia sobre Tres cuentos y del Prefacio de 1870 a las Dernières Chansons de Louis Bouilhet, donde resumió su idea de la vida y su concepción del arte narrativo, esta monumental edición de los relatos flaubertianos recoge sus diecisiete cuentos póstumos, obras de juventud como Matteo Falcone o Dos ataúdes para un proscrito, La novia y la tumba, La peste en Florencia o Bibliomanía, el primer texto propio que Flaubert vio impreso: tenía quince años cuando apareció este relato en un periódico de Ruán.
Es la primera vez que se reúnen en español esos relatos de juventud, escritos entre los quince y los veinte años. Con un importante fondo autobiográfico, notable en la novela corta Las memorias de un loco, su culminación es Noviembre, que surgió de un episodio de iniciación amorosa que protagonizó Gustave Flaubert en octubre de 1840.
Con aquella experiencia iniciática Flaubert entraba en la madurez sexual y creativa. Su marca persistente reaparecerá en La educación sentimental, en Mme. Bovary o en Salammbô, pero antes servirá para completar este retrato del artista adolescente, una autobiografía romántica que es también la más acabada de sus obras de aprendizaje juvenil, su primera narración considerable y la última de sus confesiones, con la que daba por clausurada su juventud.
Porque Noviembre es el punto final del Flaubert romántico y autobiográfico y el punto de partida del autor de algunas de las mejores novelas del XIX. Está aquí todavía el autor enamoradizo y soñador de las Memorias de un loco, el que se evade con la imaginación a lugares exóticos y vive obsesionado con la muerte, el que habita más en el pasado de la ensoñación melancólica que en el hastío y el desapego del presente.
Pero hay ya en esta novela corta, a pesar de ciertas persistencias de un espíritu visionario, señales que apuntan en otra dirección, hacia un alejamiento del narcisismo autobiográfico para explorar otras vidas, para practicar análisis y disecciones psicológicas, como llamó Flaubert a estas tentativas, que luego serían fundamentales para la apertura de nuevas vías narrativas, imprescindibles en sus grandes novelas.
La figura de Marie -mitad ángel, mitad demonio, como suele suceder con las figuras femeninas del Romanticismo-, que representa el deseo, la pasión y el arrepentimiento, reaparecerá parcialmente en Emma Bovary, en la Mme. Arnoux de La educación sentimental, y sus rasgos seguirán siendo perceptibles en algunos personajes femeninos de Salammbô o de Bouvard y Pécuchet.
No es ese el único motivo que hace de Noviembre un relato imprescindible para entender la producción posterior de Flaubert. Cierre y apertura de dos momentos en la evolución de su autor, es también una novela de aprendizaje literario, de adiestramiento técnico y no sólo sentimental.
Aunque declaró varias veces su aprecio por Noviembre, Flaubert no la quiso publicar, y hubo que esperar a 1910, treinta años después de su muerte, para una primera edición que permitiera calibrar su importancia como ejercicio estilístico, la tensión de su prosa y –lo que parece más decisivo- los cambios en el punto de vista narrativo, con los que Flaubert empieza a mostrar su creciente capacidad novelística y su esfuerzo para construir personajes desde dentro.
La propuesta final de una nueva voz, la perspectiva de un narrador distante y objetivo, una voz ajena a los dos personajes, es un primer anuncio serio del virtuosismo novelístico de Flaubert. Por eso Noviembre no es sólo la crónica de la transformación sentimental operada por la pasión erótica, es también la primera piedra sobre la que se levantaría el sólido edificio de algunas de las novelas más memorables del Realismo.
Las espléndidas traducciones de Mauro Armiño dan un valor añadido en español a estos relatos juveniles de Flaubert que van prefigurando poco a poco su inconfundible universo narrativo.