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27 julio 2022

Escenas de cine mudo

 

El primer recuerdo que conservo de mí mismo, en esa dimensión en la que el vaho de la memoria envuelve y difumina las imágenes, es el de un niño rubio vestido con pantalones largos y un jersey de lana gorda verde y blanco. Un jersey que mi madre me habría hecho en largas tardes de invierno tejiendo junto a la estufa mientras tarareaba en voz baja las canciones dedicadas de la radio.

El niño está parado frente al cine, un oscuro edificio de dos plantas alzado, al final del pueblo, entre las escombreras y las tolvas de la mina y los tejados negros del economato. Hace frío y la noche ha caído sobre el pueblo, llenándolo de silencio y de lluvia helada, pero el niño sigue inmóvil frente al cine en el que hace ya una hora dio comienzo la película que sus padres están viendo sentados tranquilamente en el patio de butacas y que él ha de imaginar mirando las carteleras que anticipan a la entrada sus momentos principales.

Son cinco. Una, la primera, muestra tras el cristal, a la luz de una bombilla polvorienta, la imagen de una mujer apoyada contra un árbol y con los cabellos rubios cubriéndole la cara, como si por delante de ella (y de la cámara) acabara de cruzar un automóvil que, al pasar, la hubiese despeinado bruscamente. La segunda está casi tapada por completo por el cartel que anuncia el horario y el programa de la próxima semana, pero, a pesar de ello, el niño alcanza todavía a distinguir el perfil de un rascacielos frente al que hay estacionados varios taxis y sobre el que parpadea —o, al menos, él así lo imagina— un letrero luminoso bajo el cielo negro y blanco: Hotel Barbizon. La tercera le muestra un coche parado al borde del mar, en una playa desierta por la que vuelan papeles y toldos abandonados. En la cuarta, un hombre y una mujer —quizá la misma de la primera imagen— se besan con pasión delante de un perfil de acantilados. Y la última, y la más misteriosa (por la abundancia de sombras y por el polvo que cubre el rincón de la vitrina en que se exhibe, el más lejano a la puerta y el menos iluminado), muestra el cadáver de un hombre —tal vez el que besaba en la anterior a la mujer— tendido en un callejón en mitad de un charco de sangre.

Julio Llamazares.
Escenas de cine mudo.
Edición de Carmen Valcárcel.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2022.