12 agosto 2022

En un bosque extranjero, en Ediciones La Flámula




RECEPCIÓN DE LA NOCHE

Mi mano te ha ofrecido el humilde membrillo 
del final de la tarde.
El dorado membrillo con su luz de noviembre, 
con su luz encogida y su álabe maduro
de frutos para el fuego, de luz en los armarios.

En esta hora de hierba habrá hombres que contemplen 
el vacío, las estrellas febriles de la espera,
el azul más cansado de la vida.

En esta hora de hierba y luz verde en los sauces, 
hay silencio y metáforas y gira en torno al aire 
la insistente ronquera del oboe,
su voz alucinada, su cuajarón de sombra,
la frágil transparencia de la hora vespertina
cuando allá en las hogueras se ha venido encendiendo 
su minuto callado.

Huye en su trote triste
el lobo de ojos rubios que regresan,
como un remordimiento, de otro tiempo en el bosque, 
de un tiempo que no es suyo
ni de nadie, del hielo, de la savia del árbol.

Y luego una bandada de cintas afiladas en el viento
y otras flechas con garzas después hacia la niebla, 
huyendo de la luz, volando agudamente hacia el instinto 
del dormidero oscuro donde posa la noche
sus ritmos circulares como ese sol que gira
en la siesta amarilla de los alcaravanes.

Abre el remordimiento, igual que una granada,
su noche de alacranes.

Porque hay noche y banderas y aguijones de sombra
y silencio en la bruma de las cosmografías,
en el espacio en blanco que siguen ocupando
los muertos en las sillas, las turbias alimañas de la noche 
o las últimas aguas sonoras de la tarde y la sombra,
en los troncos heridos por un fulgor antiguo,
por un rayo de luna cuando teje la niebla,
como una diosa aleve, su artificio engañoso.

Donde incuba la noche su procesión de sombras, 
en los cuentos de invierno, 
donde esboza la aurora su mapa de regiones devastadas.

Es uno de los textos de En un bosque extranjero, que tuvo su primera edición en la Editorial Aguaclara (Alicante, 2006) y que acaba de reeditar Ediciones La Flámula.

Ha preparado la edición Arístides Valdés, que escribe en la contraportada estas palabras: “Cada poema presupone un recorrido indagatorio, una búsqueda permanente de las realidades que convocan al poeta llamado a convertirlas en material nutricio para la concreción de sus afanes creativos. Y la suma de aciertos metafóricos y enjundiosa eufonía lograda en este libro de Santos Domínguez Ramos, pleno de referencias que denotan las devociones del autor, se nos revela, precisamente, como la consumación lírica de ese angustioso viaje inquisitivo a los territorios donde se afianzan las raíces luminosas de una obra que ha trascendido con creces las fronteras de su país.”

Este es el poema que abre y da título al libro:

EN UN BOSQUE EXTRANJERO

Bajo el metal, bajo las hojas secas,
bajo ríos minerales de pedernales fríos,
simulan las raíces del transcurso
su emblema subterráneo,
la minuciosa trampa en su fragua silenciosa.
 
Y la sangre del barro litoral y salitre
esparce por el campo sereno de la muerte
densidades de plomo y peso de mercurio.
 
Desata allí la curva de algún veneno lento,
en donde el remolino desordena con saña
la tarde monográfica del sapo,
con la astucia del tigre y el miedo de los bueyes.
 
Cuando la vida vive su estirpe de ceniza,
se ajusta en el circuito binario de la sangre
su oscuro mecanismo de válvulas y émbolos
con lítote de océanos, su azul desesperado
en proyectos de sombra, sus ríos contenidos.
 
Encarnizadamente acecha la vigilia
para entrar en la noche,
para entrar en el verso como se entra en un bosque
extranjero y oscuro, en un suelo calcáreo,
con la antorcha indecisa de la palabra que arde
e ilumina la noche elemental del grillo.
 
Insiste en las espumas de la noche oceánica
su amenaza de esquifes y afilados moluscos.
 
Afina el diapasón la luz de los planetas,
el ritmo universal de esferas y silencios,
la cifra telegráfica del cielo con estrellas.
 
Pero entrevés un fuego, una hoguera en la orilla,
una luz que te llama a la almendra del bosque.
Ves señal de altas torres y de oscuras celadas
en la voz incoada, en la luz transitiva.
 
Cuando entras en el bosque, como ahora en este libro,
te llaman los paisajes de los cuentos de invierno
y ves en esa llama la luz que tú no tienes,
el indicio de todo lo que te es necesario
y en su sintaxis limpia, el orden de las cosas:
el vuelo de los pájaros, la luna en las palmeras,
el viento en la azotea y en el álamo oscuro.
 
Tú, lector, mon semblable, semejante a mí mismo,
semejante a la noche, parecido a la llama,
acompasa tu pulso, acomoda tu empeño
a la respiración sorda de las mareas
y deja que te empape,
como lluvia de abril en los campos templados,
el concierto confuso que estas voces convocan.