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11 septiembre 2022

Hawthorne y el fantasma



“Sorprende la naturalidad y hasta el buen humor con que Hawthorne asistía a las apariciones acústicas de los otros residentes de la vieja rectoría, pero el trato familiar con los fantasmas no era una novedad para él. Cinco meses antes de casarse con Sophia, cuando era un feliz soltero con segunda residencia en la sala de lectura del Athenaeum —mencionado en la nota 56 del diario—, Hawthorne vio en varias ocasiones el fantasma de un «conocido clérigo», el «reverendo doctor Harris, de Dorchester», sentado tranquilamente en su silla habitual. El doctor Harris era un ancianito de cabellos blancos, «menudo, muy avejentado y endeble», en quien no era difícil reparar. Hawthorne, por ejemplo, lo observaba «con especial atención» y un creciente interés «cuando por casualidad lo veía en el Athenaeum o en cualquier otra parte», y lamentaba que su timidez le hubiese impedido tratarlo formalmente, pues «fui un buen conocedor de su persona y se trataba de un hombre muy notable». Un día, «a eso del mediodía», lo volvió a ver en la sala de lectura donde ambos solían coincidir: Hawthorne le dedicó la atención de siempre —«aunque no recuerdo que en su aspecto hubiera algo distinto de lo que había visto en tantas otras ocasiones»— y el doctor Harris siguió mirando su periódico, también con la atención de siempre.

Pero aquella tarde un amigo me dijo: «¿Te has enterado de que el doctor Harris ha muerto?».
«No», respondí, muy tranquilo, «y no puede ser verdad, pues hoy mismo lo he visto en el Athenaeum».
«Tienes que haberte confundido», replicó mi amigo. «¡Te aseguro que está muerto!», y confirmó el suceso con tal cúmulo de detalles que ya no me quedó ninguna duda (...). Al día siguiente, al subir los peldaños del Athenaeum, recuerdo que pensé para mis adentros: «¡Vaya, no volveré a ver al viejo doctor Harris!». Con este pensamiento en mente, al abrir la puerta de la sala de lectura, miré hacia el lugar y la silla donde solía sentarse el doctor Harris, y allí, para mi perplejidad, se hallaba la figura gris, endeble, del fallecido doctor, ¡y leyendo el periódico como era su costumbre! De hecho, su propia muerte debía de haber sido publicada, aquella misma mañana, en ese preciso diario.
(...) Recuerdo que, al menos en una ocasión, y no me parece que sucediera más veces, sorprendí en el fantasma una mirada nostálgica, llena de tristeza y decepción, que este clavó en mí por encima de sus gafas; una expresión de melancólica vulnerabilidad, que, de no ser porque mi corazón era duro como un adoquín, apenas hubiera soportado. Pero la soporté; y creo que ya no volví a ver nunca más al doctor Harris después de que me dedicase aquella mirada suplicante».

A Hawthorne le inquietó poco todo aquel asunto, y solo repararía en «su extrañeza al ver la sorpresa y la incredulidad que despertaba en quienes escuchaban la historia». La contó por primera vez a la familia Heywood, cuya casa solía frecuentar cuando ocupaba el cargo de cónsul americano en Liverpool. A Mrs. Heywood le gustó tanto que le rogó que la escribiese, y Hawthorne, muy generosamente, le regaló la única copia existente del relato.”

Nathaniel Hawthorne. 
Diarios en la vieja rectoría (1842-1843).
Edición y traducción de Lorenzo Luengo. 
Siruela. Madrid, 2022.