Prohibido aprender
El 23 de noviembre de 2020, la ministra de Educación y Formación Profesional del Gobierno de España, Isabel Celaá, en pleno proceso de aprobación parlamentaria de su ley educativa, la LOMLOE (Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de Educación), despertó la hilaridad de los docentes con un tuit que podía muy bien iniciar una antología de la tautología y la vaciedad: «El impulso a la digitalización facilitará el cambio de paradigma educativo, con metodologías más activas y competenciales, y transformando los espacios en hiperaulas interactivas, abiertas y diáfanas.»
Las palabras de la ministra encarnan una escenificación habitual en el discurso pedagogista español actual, alejado de aproximaciones más sensatas en otras latitudes, que ya tendremos tiempo de examinar. Lo primero que me vino a la cabeza tras leer la ocurrencia fue mi inefable hiperdepartamento en un instituto público del extrarradio barcelonés: en nuestro despacho se abrió un día un boquete en la pared que empezó a llenarse de hongos que invadieron el techo y las paredes. A través del agujero se podía ver la calle en toda su amplitud. La diafanidad era absoluta, eso es innegable. Un día, la lluvia mojó las lecturas de los grupos de refuerzo de la ESO, estropeándolas sin remedio. Nuestro tesoro más preciado, quizás el único libro que leerían algunos de nuestros alumnos en meses, acababa de convertirse en pasta de papel. Durante un año, nadie vino a tapar el boquete.
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Cuando un poder educativo se pone futurista y legisla para la asunción de mitos, añade presión burocrática al gremio docente. Y como esto ocurre cada vez que cambia el equipo de gobierno, el escepticismo es total. La revolución pedagogista en España se ha burocratizado entre 1990 y 2020. Las propuestas ministeriales, lleguen del PSOE o lleguen del PP, no solo no convencen, sino que son motivo de tedio, fastidio e hilaridad. Y esto con independencia de si la hiperaula diseñada y recomendada por Isabel Celaá es una buena herramienta o no. El problema es que nadie tiene la menor intención de construir hiperaulas. En el mundo real, cuando un docente llega a un centro nuevo para cubrir una sustitución, una vacante o una plaza definitiva se encuentra con cualquier cosa menos con una hiperaula. Se encuentra a treinta adolescentes enlatados en una clase modelo 1970, por ejemplo, con barrotes en las ventanas para que nadie entre a robar ordenadores. Y con una señal wifi que nunca acaba de llegar.
Andreu Navarra.
Prohibido aprender.
Cuadernos Anagrama. Barcelona, 2021.
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