El resto más bello de la Antigüedad romana es sin duda el Panteón.
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El Panteón tiene esta gran ventaja: bastan dos instantes para penetrarse de su belleza. El visitante se para ante el pórtico, avanza unos pasos, ve la iglesia y se acabó. Esto que acabo de decir le basta al extranjero; no necesita otra explicación; el encanto que le produzca el monumento será proporcional a la sensibilidad que el Cielo le haya dado para las bellas artes. Creo que no he conocido nunca un ser que no se emocione en absoluto al ver el Panteón. Este célebre templo tiene, pues, algo que no se encuentra ni en los frescos de Miguel Ángel ni en las estatuas del Capitolio. Creo que esta inmensa bóveda, suspendida sobre sus cabezas sin apoyo aparente, inspira a los tontos el sentimiento del miedo; no tardan en tranquilizarse y se dicen: «¡Y es, sin embargo, por complacerme por lo que se han tomado la molestia de ofrecerme una sensación tan fuerte!».
¿No es esto lo sublime? Después de admirar el Panteón, acaso algún día sentiréis la curiosidad de conocer su historia.
Stendhal.
Paseos por Roma.
Traducción de Consuelo Berges.
Alianza Editorial. Madrid, 2015.