El alma de la materia
El alma de la materia. Ese es el significativo subtítulo de Naturaleza esencial, el ensayo de Christian de Quincey que publica Atalanta con traducción de Miguel Temprano García.
Christian de Quincey, doctor en Filosofía, es profesor de Consciencia, Espiritualidad y Cosmología en la Universidad John F. Kennedy, cofundador de la Wisdom Academy y decano de Estudios de la Consciencia en la University of Philosophical Research de Los Ángeles.
Su propósito, explícito desde las primeras páginas de Naturaleza esencial, es proponer “una nueva (aunque antigua) cosmovisión, crucial y necesaria para nuestra época: una cosmovisión que recupera el sentido de lo sagrado en nuestras vidas, en la que el espíritu y la consciencia encuentran su lugar natural en el cosmos. Como filósofo, pretendo ir más allá de los límites establecidos que según muchos de mis colegas marcan el alcance razonable del conocimiento. No confío sólo en el don de la razón, sino también en otros modos de conocimiento, en particular en la sabiduría innata de las sensaciones del cuerpo. Me he propuesto elaborar una nueva cosmología para poner remedio a la separación entre cuerpo y mente, entre consciencia y mundo físico.
Todos los intentos anteriores de superar esta separación –en la filosofía, la ciencia, la cosmología y la psicología– han fracasado hasta el punto de pasar por alto o de negar el sentir esencial y el carácter sagrado de la materia.”
Desde la Introducción, ‘La paradoja de la consciencia’, hasta el Epílogo, ‘¿Concebir lo «inconcebible»?’, sus tres partes exploran, entre la naturaleza de la consciencia y la consciencia de la naturaleza, la idea de una naturaleza consciente, que estaba presente ya en los presocráticos y que De Quincey afronta el redescubrimiento del alma de la materia con el respaldo de una tradición que atraviesa la historia de la filosofía desde Platón hasta Whitehead, cuyo monumental Proceso y realidad publicó recientemente esta misma editorial.
Una tradición que aborda la relación entre la mente y la materia, entre el cuerpo y el espíritu, “lo que demuestra -afirma De Quincey- que esta noción [la de la materia sintiente] ha sobrevivido en un continuum ininterrumpido a lo largo de los siglos.”
Con esa perspectiva, estas páginas contradicen la idea básica del materialismo científico y filosófico, una “vieja forma de ver las cosas [que] separa el cuerpo de la mente, la consciencia de la materia y el espíritu de la naturaleza, y nos deja la ardua tarea de entender un mundo donde la consciencia, el alma y el espíritu son tan reales como la materia y la energía.”
Naturaleza esencial defiende, por el contrario, un nuevo paradigma cosmológico desde el convencimiento de que “la ciencia está preparada para explorar un nuevo mundo más allá de átomos y piedras, estrellas y galaxias, plantas y animales, cerebros y ordenadores: hablo del universo interior de la mente, del antiguo mundo espiritual del alma. La consciencia, la siguiente gran frontera –para la ciencia, la filosofía y nuestro bienestar personal y colectivo–, por fin está abriéndose paso.”
Porque, como señala De Quincey en el Epílogo, “la mente no puede emerger de una materia insintiente: es inconcebible que la subjetividad emane de la pura objetividad.”
Hay en este ensayo también una meditación constante sobre el lenguaje y el estilo que parte de la necesidad de aproximarse al lector: “Mi propósito ha sido escribir un libro que respete los rigores de la erudición sin despreciar la poética de la metáfora: que sirva de inspiración a los lectores para que sientan el poder de las ideas y sean llevados más allá de las áridas abstracciones hasta el vivo corazón de una investigación pura y sincera” con “un lenguaje sencillo y evocador.”
Y no falta una reflexión del autor sobre el sentido que tiene afrontar este ambicioso proyecto intelectual y filosófico, un “proyecto para nuestro tiempo”:
Pero ¿por qué un libro así? ¿Por qué iba yo a invertir tiempo y energía en investigar y escribir sobre la historia de la consciencia en el universo y la misteriosa relación entre el cuerpo y la mente? ¿Por qué debería el lector invertir tiempo en leerlo?
¿Por qué, en suma, deberíamos ocuparnos de la filosofía de la mente e investigar las bases de una ciencia de la consciencia cuando hay tantos problemas acuciantes que abordar con científicos y filósofos? ¿Tiene un proyecto así más valor práctico que las elucubraciones de los filósofos y teólogos medievales en su torre de marfil sobre el número de ángeles que podían bailar en la cabeza de un alfiler? Creo que dicha investigación tiene un valor inmenso y es muy necesaria.
Una meditación llena de preguntas como esas y en la que no faltan dudas como estas:
No obstante, a veces me preocupa la elección de este proyecto como objetivo profesional y académico. Por un lado, soy consciente de que tomarse en serio ideas como el espíritu y el alma en la naturaleza, o la sensación y la intuición en cuanto formas válidas de conocimiento, implica cierto riesgo profesional. Desde el punto de vista de la filosofía dominante, la idea de que «la materia siente», de que la consciencia llega hasta los elementos más fundamentales de la realidad, me convierte en un marginal. Pero acepto toda la responsabilidad por estas ideas y estoy dispuesto a defenderlas con el mayor rigor filosófico.
Por otro lado, también soy consciente de que la investigación en metafísica, ontología y epistemología está muy alejada de lo que le interesa a la mayoría. A menudo me pregunto si esta tarea tiene algún valor para la comunidad humana y si no estaré regodeándome como un egoísta en mi propia pasión mientras otros prestan un servicio útil de verdad.
<< Home