10 octubre 2022

Soy Lola Jericó


 Soy Lola Jericó, un instrumento,
una niña que llega del colegio a su casa 
con las alas rotas, meada,
empapada en sudor,
de la boca le rezuma espanto,
una muñeca con ojos artificiales
de alta tecnología, un títere seco
–híbrido de chatarra y trenzas postizas, 
sepultado en el vientre de la madre–
girando en círculos entre la carne y la madera. 
Por dentro de mis ojos
hay un silencio que escuece.
Y tengo que ponerme a hacer «deberes»: 
recolocar los huesos partidos de los sueños.

En su impotencia para restituirse
una máquina reza al dios de los mecanos.

Con esos versos comienza Soy Lola Jericó, el libro con el que Alejandro Céspedes obtuvo el XLII Premio Iberoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez.

La fuerza expresionista de esos primeros versos se mantiene y crece en intensidad a lo largo de las cuatro partes del libro, sostenido sobre esa poderosa voz lírica de Lola Jericó, “una sombra inconsistente / a quien el cuerpo de una niña / perseguía sin tregua. // Procedo de esa estirpe de mujeres / que no han tenido padre / por voluntad propia.”

A golpe de tambor suena con fuerza la voz femenina de una víctima en la que se resumen otras voces y otros silencios:

Yo sé que en otra vida
fui modelo de Rembrandt 
cuando pintó su cuadro 
Buey desollado.

La creciente intensidad de esa voz se levanta sobre un escenario de abandono y derrotas, de heridas abiertas y sangre inocente, de barbarie y abusos paternos (“cada noche la misma pesadilla”), de silencio y sordidez, de dolor que “sabe a pólvora quemada”, de búsqueda desolada de la identidad y la reconstrucción de sí misma:

Alguien dentro de mí repara los destrozos
que me han hecho las otras que me habitan. 
Así podrán mañana
volver a descoserme las suturas.

Porque en ese itinerario hay un tiempo también toda la plenitud del deseo y para la esperanza ahora que suceden la pérdida y el silencio, la soledad (“Cada vez que me miran, los espejos que miro se vacían”), la muerte y la nada:

Saber que lo importante no se encuentra
                                                                 en la muerte 
ni tampoco al principio de la vida,
y no saber qué es lo que en verdad importa 
entre esos dos vértices de nada...

Y desde ahí encamina sus palabras y sus zozobras Lola Jericó hasta el magnífico poema que cierra circularmente el libro:

Alguien fuera de mí
se empeña en que no duerma,
pero yo me estoy viendo desde dentro 
ya casi tan dormida...,
con la misma desgana
y el mismo abatimiento
que en nuestra despedida.

Todo lo que ahora soy 
busca su sitio.
Todas las que no fui 
encuentran sitio.

El tambor que hay debajo de mi pecho izquierdo 
espacia sus latidos.
En mitad del silencio
una cuchilla cae en la bañera.

La sangre escribe un nombre sobre el agua: 
Soy Lola Jericó,
un instrumento.

‘¿Quién es Lola Jericó?’ se titula el epílogo en el que Alejandro Céspedes evoca, más cerca de Blanchot que de Borges, la presencia virtual de ese personaje femenino en su vida. Concluye así: 

¿Quién es Lola Jericó? Lola es la niebla.