“Mi interés por Goya no sólo tiene que ver con la historia del arte y de la cultura, sino que forma parte de la necesidad de entender mejor mi tiempo y a mis contemporáneos. La obra de Goya encierra en sí una lección de sabiduría de la que en la actualidad tenemos mucho que aprender.
El pensamiento de Goya se expresa ante todo mediante sus imágenes, sus pinturas, sus grabados y sus dibujos, casi dos mil obras. Tenemos además la suerte de disponer de otra forma de expresión a la que recurría, ya no visual, sino verbal. Quizá debido a su dificultad para comunicarse oralmente, a consecuencia de la sordera que lo aquejó en 1792, dejó testimonios escritos de su reflexión. De entrada, es autor de dos obras como tales, las series de grabados de los Caprichos (1798) y de los Desastres de la guerra (hacia 1820), la primera publicada en vida y la segunda después de su muerte, pero ambas elaboradas con sumo cuidado. El orden en el que se presentan tanto las imágenes como las leyendas que las acompañan permite ver la expresión directa -y enormemente valiosa- del pensamiento de Goya”, escribe Tzvetan Todorov en Goya. A la sombra de las Luces, un magnífico ensayo que, con traducción de Noemí Sobregués, incorpora Galaxia Gutenberg a su Biblioteca Todorov.
“El propósito de Goya. A la sombra de las Luces, de Tzvetan Todorov, es paralelo al que persiguió Américo Castro con El pensamiento de Cervantes. Como Castro al desenterrar el erasmismo presente en el Quijote, Todorov revela las ideas ilustradas que subyacen en la pintura de Goya, sin las cuales no puede comprenderse la exacta dimensión de lo que ésta representa en la historia del arte”, afirma José María Ridao en el prólogo que presenta este estudio de 2011 cuya tesis fundamental -la dimensión filosófica de la pintura goyesca- se anticipa en estas líneas del capítulo inicial, titulado llamativamente ‘Goya pensador’:
Goya no es sólo uno de los pintores más importantes de su tiempo. Es también uno de los pensadores más profundos, al mismo nivel que su contemporáneo Goethe, por ejemplo, o que Dostoyevski, cincuenta años después. Para sus primeros biógrafos, a mediados del siglo XIX, era evidente, aun cuando su interpretación del pensamiento de Goya fuera superficial. «Mezclaba ideas con sus colores», escribió Laurent Matheron en 1858. Charles Yriarte incide en el mismo sentido en 1867: «Debajo del pintor está el gran pensador que dejó huellas profundas […] El dibujo se convierte en idioma con el que formular el pensamiento». En cuanto a sus grabados, dice que poseen «el alcance de la más elevada filosofía». Sin embargo, en el siglo siguiente, a la vez que se consolidaba la gloria de Goya como pintor, se adquirió la costumbre de contemplar con cierta condescendencia la aportación filosófica de este autodidacta, cuya mentalidad Ortega y Gasset describía como bastante similar a la de un obrero, y de cuyas cartas decía que eran propias de un ebanista.
Así se plantea Todorov el objeto de su ensayo, la aproximación a través de su biografía y su pintura a la renovación artística que está estrechamente vinculada al pensamiento de Goya, “que se despliega tanto mediante imágenes como en sus escritos y en otras actividades de su vida, respecto de dos cuestiones principales: el sentido de su revolución pictórica y el cambio radical que aporta al pensamiento de la Ilustración.”
La teoría goyesca del arte, la relación con la Duquesa de Alba, la interpretación de los Caprichos, la voluntad creativa de hacer visible lo invisible, la escisión y la compatibilidad entre el arte privado y el público, entre el canon establecido y la renovación creadora, los estragos de la guerra tras la invasión napoleónica, los Desastres de la guerra y los posteriores desastres de la paz, la relación de su enfermedad con las Pinturas negras y los Disparates o la importancia vital y artística de su último viaje a Burdeos son algunos de los asuntos vertebrales que aborda Todorov en este ensayo de referencia imprescindible en la bibliografía sobre Goya y su época, espléndidamente ilustrado con abundantes grabados y con un espectacular cuadernillo central, al que pertenecen imágenes como estas:
En estas líneas del capítulo final resume el autor la actualidad del legado artístico goyesco y su vigencia:
Si las imágenes de Goya nos conmueven tanto hoy en día, si encontramos en ellas el eco, incluso la explicación, de acontecimientos recientes, muy posteriores a la muerte del pintor, es porque ha intentado con todas sus fuerzas entender los comportamientos, las actitudes y los gestos humanos, y representarlos de la manera más verídica. La verdad a la que aspira Goya no es la de las formas que se ofrecen a su mirada. No intenta restituir exactamente los objetos que lo “rodean. La verdad que busca es la de las pasiones, el amor, la violencia, la guerra y la locura. Y para acceder a ella está dispuesto a romper con lo que le muestran los datos inmediatos de los sentidos. En sus imágenes encontramos menos un informe fáctico sobre lo acontecido en España durante su vida que una reflexión antropológica. Cuando representa a los personajes más variados -bandidos, soldados, caníbales, enajenados mentales y locos en trance- busca no su aspecto pintoresco, las circunstancias anecdóticas, sino las facetas desconocidas del ser humano.
[…]
Educado en la mentalidad ilustrada, supo explorar y mostrar lo que la Ilustración dejaba en la sombra, las fuerzas nocturnas, que dirigen la conducta de los hombres tanto como su voluntad y su razón. Pero Goya nada tiene de ideólogo ni de profeta. No pretende darnos una lección. No es un predicador ni un educador. Como el sabio, el artista debe dejarse guiar por una sola exigencia, única pero despiadada: tender a la verdad tanto como le sea humanamente posible. Goya no nos propone remedios. Se limita a explorar la condición humana, que ya es bastante complicado. Es un artista, de modo que no pretende imponer. Se limita a proponer. Sus valores son conocidos -verdad, justicia, razón y libertad-, pero sabe mejor que sus contemporáneos qué trampas nos esperan en este camino. La verdad vivirá, sí, pero siempre y cuando no olvidemos los monstruos crueles.