Arquitecturas de la catástrofe
Son cuatro de las casi doscientas láminas de Noé en imágenes, el espectacular volumen que publica Atalanta en su colección Imago mundi.
Subtitulado Arquitecturas de la catástrofe, es obra del arquitecto José Joaquín Parra, que habla de esa figura bíblica en estos términos:
Noé es una invención colectiva. […] Noé es una imagen. Es una palabra, un concepto, una idea que adquirió consistencia cuando se materializó en imágenes. Fueron las imágenes, las apariencias, las que construyeron el relato, las que hicieron pasajeramente creíble la fantasía de sus actos, la fábula de sus intervenciones en el relato judeocristiano de la creación, en la crónica atemporal de la invención de la realidad perceptible. La parquedad descriptiva del Génesis, que es el documento literario en el que fue por primera vez así nombrado, fue ilustrada, alimentada, ampliada por el abundante y elocuente aparato iconográfico al que su figura dio lugar en la historia del arte occidental.
Noé es una apariencia, un símbolo construido más por los retratistas que por los novelistas; más por los dibujantes que por los poetas o los exégetas. Su biografía está delineada no con caracteres sino con líneas, no con estructuras sintácticas sino con operaciones gráficas.
Las escuetas alusiones del Génesis a la figura de Noé dejaron un campo libre muy amplio para que los artistas plásticos proyectasen su imaginación en la delimitación de su figura a través de imágenes que son una definición del personaje a partir de las doce escenas bíblicas alusivas a Noé, porque “el trabajo de los ilustradores interesados en los accidentes parabólicos de Noé, de los iluminadores, de los dibujantes, de los pintores, de cualquiera de los artesanos y de los artistas que le prestaron atención no consistió en desentrañar el significado de lo escrito o lo pronunciado sobre él, sino en atribuirle una forma reconocible a lo leído o a lo oído acerca de su existencia, aunque fuera inconsistente. En hacerlo realidad incorporándolo al ámbito de lo visible.”
Y esas doce escenas lo perfilan iconográficamente como constructor y arquitecto, con su familia y sus hijos Sem, Cam y Jafet, o embarcando los animales en el arca, en la soledad flotante de la navegación, mirando por la ventana la llegada de la paloma que anuncia el final del diluvio, en el desembarco en la cima del monte Ararat, sacrificando animales en señal de ofrenda, en su desnudez embriagada de vino o agonizante y muerto.
Desde los pergaminos medievales a los frescos y los grabados renacentistas y barrocos, de los miniaturistas anónimos a Miguel Ángel, de Rafael a Tiziano, de los flamencos a Lucas Cranach, se reúnen en este espléndido volumen casi doscientas imágenes que dan cuenta de aquel “patriarca flotante” del que dice José Joaquín Parra que “es un jeroglífico pendiente de resolver.” Y añade en otro momento: “Noé, además de ambiguo, es una figura cómica. Su biografía ficticia, si alguien aún recuerda alguno de los cuarenta y cinco detalles que trascendieron de ella, es absurda y patética, aunque mesopotámica”
Esas escenas fijan plásticamente los contornos de un personaje desdibujado y opaco desde el punto de vista literario, pero sobre el que los pintores proyectaron su fuerza creativa, como queda de manifiesto en este volumen cuyo objetivo resume así José Joaquín Parra:
No es una pretensión de estas pesquisas censar a Noé: catalogar todas sus imágenes, completar un muestrario de sus retratos, localizar entre las páginas de los breviarios o de los devocionarios el conjunto inabordable de sus representaciones. Se analizan algunos vínculos, se establecen algunas correspondencias entre los sueños y las inquietudes de algunos de nuestros antepasados mientras iban dándole cuerpo a lo que, en general, llamamos “cultura” y a lo que consideramos “contemporaneidad”. Pues este es otro de los rasgos inquietantes de Noé, o de los hechos significativos relacionados con su ciclo verbal: que tiene una extraña vigencia, una misteriosa y secreta actualidad. La modernidad del solitario que combate por la supervivencia, la del ermitaño que se defiende de las agresiones del medio desde su ermita, la del artesano que fabrica sus propias herramientas, la de quien levanta con sus manos su casa, la del que mantiene saludables relaciones con la naturaleza, la del anciano que se rebela contra su familia opresiva, la del visionario que es consciente del advenimiento de la catástrofe, la del que decide cultivar sus propios alimentos, etcétera. Cuando se alude a algo o a alguien antiquísimo se le llama “antediluviano”, pero aún no se ha autorizado un adjetivo para nombrar lo relacionado con aquel Noé que trascendió al Diluvio. Antediluvianas solo prosperaron ocho personas: solo a Noé y a siete más se les permitió trasladarse de un tiempo a otro, desde las épocas remotas del caos a un presente de aniquilación sistémica, inclemente y absoluta. Noé es, por tanto, la avanzadilla de la modernidad. Es la vanguardia anónima.
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