Gide, reincidente
… es una explicación de veras insuficiente de mi error decir que me había hecho de usted una imagen después de unos pocos encuentros «en sociedad», que se remontan a hace casi veinte años. Para mí, usted seguía siendo ese tal que frecuenta asiduamente a las señoras X… y Z…, ese que escribe en Le Figaro… Lo creía -¿se lo debo confesar?- «uno del grupo de los Verdurin».
Un esnob, un mundano diletante, lo más molesto que pudiera haber para nuestra revista.
Así de torpemente justificaba y disculpaba André Gide el rechazo editorial de Du côté de chez Swann que había provocado dos años atrás como informante de la Nouvelle Revue Française: “Nuestra editorial publica obras serias. Está fuera de discusión que se edite algo como esto, mera literatura de un dandi mundano.”
Las líneas en cursiva son de una carta a Proust de 1914 en la que Gide se arrepentía de su evidente error. Tan evidente como la reincidencia, porque la justificación por sus prejuicios es aún más lamentable que el rechazo mismo.
Por eso, Proust no aceptó las disculpas de Gide -y sólo parcialmente- hasta 1916, cuando pudo humillarle en privado, como cuenta Céleste Albaret en Monsieur Proust, donde dedica dos capítulos -“El manuscrito rechazado” y “Ese monsieur Gide con sus aires de falso monje”- al episodio y al personaje.
Así lo evoca en el segundo de esos capítulos:
Tras su partida, monsieur Proust me llamó para contármelo. Sonreía y estaba triunfante. Ya cuando yo había entrado en medio de la conversación, había advertido el peculiar movimiento de sus párpados, bajando y volviéndose a levantar con viveza sobre una mirada penetrante, signo de que escrutaba la sinceridad de su interlocutor, y quedaba satisfecho del resultado del análisis. En esta ocasión significaba claramente: “Seas quien seas, te he atrapado”.
Me contó que Gide se había retractado, y que él, como respuesta, no había ocultado que le parecía una ligereza el pretexto de “dandy mundano”.
Yo, por mi parte, insistí:
—Monsieur, es muy bonito confesar que cometió el mayor error de su vida; pero ¿le ha dicho si había abierto o no el paquete?
—¡Por supuesto que no lo abrió! Pero esto no tiene importancia.Y además, Céleste, errar es humano.
Añadió riendo:
—Dicho esto, le concedo que tiene ciertamente un aire de falsedad.
En cualquier caso, el sobrenombre de “falso monje” permaneció en nuestras conversaciones. Recuerdo que varias veces, en nuestras veladas, imitamos los juegos que hacía con su capa, y parodiamos ‘Los Alimentos terrestres’: “Nathanaël, te hablaré de esto o de lo otro...” .
Creo que el principal error de André Gide consistía en estar tan cegado por sus propias ideas y sus propias inclinaciones, y tan pagado de sí mismo, a pesar de su falsa modestia, que hubiera querido apropiarse de la obra de monsieur Proust como de una confesión de las mismas ideas y las mismas inclinaciones, a causa de los pasajes y los personajes de ‘En busca del tiempo perdido’ en que son analizadas esas costumbres particulares y estos vicios.
Céleste Albaret.
Monsieur Proust.
Traducción de Elisa Martín Ortega
y Esther Tusquets.
Capitán Swing. Madrid, 2013.
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