“Antonio Machado siempre se mostró muy cuidadoso con su obra poética. Buena prueba de ello fue su empeño en reunir, bajo la denominación de Poesías completas, su producción lírica más relevante, una edición que renovó sin cesar desde que apareció la primera en 1917 de la mano de la Residencia de Estudiantes y hasta la última, que vio y pudo preparar el poeta, en 1936. Cuando falleció en el exilio, en 1939, Machado dejaba tras él un puñado de poemas que no constaban en la última entrega de Poesías completas, principalmente los escritos durante la Guerra Civil y el último verso conocido redactado en el destierro: «Estos días azules y este sol de la infancia».
La presente edición tiene en cuenta el trabajo que a lo largo de los años han realizado los responsables del estudio y publicación de los poemas de Antonio Machado, muy especialmente a Oreste Macrì y a Manuel Alvar, así como los descubrimientos llevados a cabo por Jordi Doménech, Ian Gibson y Rafael Alarcón Sierra. En los últimos años, los estudios machadianos se han visto enriquecidos con la apertura a los investigadores de una serie de manuscritos del poeta que han sido milagrosamente conservados por sus herederos y están hoy custodiados por la Fundación Unicaja. A ellos, se le suman también los que se guardan en la Institución Fernán González, de Burgos, y que son los que tuvo en su poder Manuel Machado, hermano de Antonio, hasta su muerte. En este libro, se recoge una pequeña muestra de ese material, así como el primer poema publicado de don Antonio.
Asimismo se incluye el poema que Machado siempre puso como prólogo en todas sus ediciones y que firma Rubén Darío. También aparece una composición escrita por un lector, que se enamoró de la poesía de Machado, tras leer la edición de 1917. Ese lector se llamaba Federico García Lorca”, escribe Víctor Fernández en la nota que abre su edición de la poesía completa de Antonio Machado en DeBolsillo.
Subtitulado Este sol de la infancia, en recuerdo del último verso que escribió Machado, su introducción evoca los últimos meses de la vida del poeta en el Madrid asediado de 1936, en Valencia y en Barcelona, etapas de un itinerario final marcado por la guerra y el deterioro físico del hombre enfermo y derrotado que moriría en Colliure en los primeros días del exilio, el 22 de febrero de 1939.
Quizá en ningún poeta español del siglo XX se funden de manera tan inseparable vida y poesía, biografía y literatura como en Antonio Machado. Hay siempre en sus versos una reunión ejemplar de vida y obra, un equilibrio entre ética y estética que justifica el calificativo de maestro reconocido por las generaciones posteriores.
El proceso evolutivo que hay en Machado desde la nostalgia ensimismada y solitaria de Soledades hasta el encuentro con los demás y consigo mismo a través del otro, se concreta en su viaje desde la melancolía al compromiso, desde el límite de la propia identidad en la contemplación de las opacas galerías del alma a la alternativa de los complementarios Juan de Mairena y Abel Martín, en un itinerario que orienta su evolución poética y personal desde el interior de sí mismo hasta el reconocimiento en el paisaje y en los otros.
Ese itinerario iniciado en el modernismo intimista y simbolista de Soledades, depurado por la influencia de Bécquer, culmina en el cancionero apócrifo de Juan de Mairena, Abel Martín y los complementarios, con la decisiva estación intermedia de las dos ediciones de Campos de Castilla o la poesía meditativa y sapiencial de las Nuevas canciones.
Y en toda esa trayectoria el núcleo temático de la temporalidad se alza como eje articulador de una obra construida desde la concepción de la poesía como palabra en el tiempo y como diálogo del hombre con su tiempo.
Una presencia que atraviesa toda su obra, desde poemas como este de Soledades. Galerías. Otros poemas:
Las ascuas de un crepúsculo morado
detrás del negro cipresal humean…
En la glorieta en sombra está la fuente
con su alado y desnudo Amor de piedra,
que sueña mudo. En la marmórea taza
reposa el agua muerta.
O este magnífico soneto de Nuevas Canciones:
Esta luz de Sevilla... Es el palacio
donde nací, con su rumor de fuente.
Mi padre, en su despacho.—La alta frente,
la breve mosca, y el bigote lacio—.
Mi padre, aún joven. Lee, escribe, hojea
sus libros y medita. Se levanta;
va hacia la puerta del jardín. Pasea.
A veces habla solo, a veces canta.
Sus grandes ojos de mirar inquieto
ahora vagar parecen, sin objeto
donde puedan posar, en el vacío.
Ya escapan de su ayer a su mañana;
ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
piadosamente mi cabeza cana.
Ese proceso culmina en “la amargura del tiempo envenenado” de la ‘Muerte de Abel Martín’, que termina con esta estrofa:
Y sucedió a la angustia la fatiga,
que siente su esperar desesperado,
la sed que el agua clara no mitiga,
la amargura del tiempo envenenado.
¡Esta lira de muerte!
Abel palpaba
su cuerpo enflaquecido.
¿El que todo lo ve no le miraba?
¡Y esta pereza, sangre del olvido!
¡Oh, sálvame, Señor!
Su vida entera,
su historia irremediable aparecía
escrita en blanda cera.
¿Y ha de borrarte el sol del nuevo día?
Abel tendió su mano
hacia la luz bermeja
de una caliente aurora de verano,
ya en el balcón de su morada vieja.
Ciego, pidió la luz que no veía.
Luego llevó, sereno,
el limpio vaso, hasta su boca fría,
de pura sombra -¡oh, de pura sombra!- lleno.
Cierra el volumen un utilísimo índice combinado de poemas y primeros versos que permite un acceso rápido a los cientos de textos machadianos reunidos en esta edición.