29 marzo 2023

Euforia de Carlos Marzal




Después de muchos años sin escribir ninguno, 
ayer logré acabar otro poema. 

Sería más preciso el haber dicho 
después de muchos años sin suceder ninguno. 
Los poemas suceden, nos ocurren, 
los versos acontecen cuando quieren, 
sólo siguen la ley de su capricho.

                                    Los echaba de menos: eso es cierto.

Así comienza ‘La visita’, uno de los poemas de Euforia, que Carlos Marzal publica en Nuevos textos sagrados de Tusquets.

Casi quince años han pasado desde su libro anterior, Ánima mía (2009). Y como allí, en Euforia la poesía tiende un puente de palabras sobre el abismo, en una desbordante afirmación de la vida frente a la adversidad, en un testimonio emocionado de acción de gracias que se anuncia desde el título y que alimenta todos los poemas del libro. Como este poema que abre ‘Oigo voces’, la primera de sus cuatro partes:

ROMERO

Me he frotado las manos con romero.

Su aspereza fragante me ha lavado 
de cualquier ansiedad, y de repente 
he pensado en los clásicos: no sé 
si en esta conjetura soy preciso.

Perfume niño, joven, nuevo, viejo.

Me he llevado las manos a la boca 
para beber de él,
                            y respirarlo. 
No sería mentir si ahora dijese
que ha cantado el romero
                                           y lo he entendido.

Si fuera permanente su fragancia, 
no hay duda de que nada moriría.

Poemas que se proyectan hacia fuera y hacia dentro, hacia el pasado y hacia el presente y se convierten en palabras afirmativas que huyen de la melancolía hacia la celebración y de la elegía a la oda y la fe de vida.

Escritos con esa deseada “temperatura del espíritu / que se aproxime a la felicidad”, los poemas de Euforia surgen de un impulso hímnico que se proyecta en la belleza milagrosa de lo cotidiano como materia poética. Da igual que sea la mística de la hierba, un grillo urbano, un frasco de gel que evoca la infancia, la labor doméstica de tender la ropa (“Tender tu ropa implica una aventura, / el riesgo de existir) o esta ‘Lista de la compra’:

Es una intimidad.

Me parece más honda
que todo el repertorio de esas intimidades 
con más reputación.

Se trata de un sistema
para que militemos con fe entre la abundancia.

Lo que mis hijos quieren,
aquello que consagra el apetito, 
nuestro brindis al sol de cada día.

La fruta, las verduras, el aceite.
La carne y el pescado:
para que no olvidemos
que hay muerte y sacrificio a cada instante.

Esta lista es el método 
mediante el que me opongo a la desgracia.

Un gesto reflexivo, una oración 
que reza a la materia y al espíritu.

Muchos actos de amor no lo parecen.

Como ese, los poemas de Euforia son una celebración de lo que vive y convierten la escritura en una forma de conocimiento a través del diálogo del poeta con la realidad, desde otra importante afirmación: la de la propia identidad:

Qué curiosa la voz, qué impertinente.
No envejece por más que envejezcamos.

Alguien dentro de ti repite en vano:
Eres el mismo. Canta lo de siempre.

Una identidad personal y poética que se define en versos como estos, de cuatro poemas distintos: 

Lo fúnebre no cabe
en mi manera de entender el mundo.

*****
Se está bien en el mundo.

*****

Sólo valgo la pena en mi alegría

*****

Allí donde detengo la mirada 
veo la perfección 

Con una palabra recortada y precisa que aspira a la cercanía de la conversación, Carlos Marzal convoca emociones y pensamientos, vivencias recientes y recuerdos de la infancia en un conjunto de poemas recorridos por el fluir de la temporalidad, que está en la base de la celebración o del lamento que acaba siendo afirmación de vida, porque 

de puertas para adentro de mí mismo, 
aplaudo silencioso, 
                               sin la playa, 
a todo cuanto muere 

y todavía más a cuanto vive.

Y esa conversación, consigo mismo, con la realidad y con los otros, provoca el constante juego de espejos de estos poemas:

Allí donde detengo la mirada 
veo la perfección: 
                            en cada objeto,  
en ese vaso de cristal, en cada  
cosa que me rodea por destino,
porque viene hasta mí para cumplirse.

Esa actitud celebratoria ni siquiera desaparece en los poemas elegíacos a la muerte de sus amigos Joan Margarit, Miguel Ángel Velasco, César Simón o Francisco Brines. Y así, aunque “todo lo que no sea vivir es una ofensa”, 

no quise claudicar ante el desánimo 
[…] 
la tristeza no supo someterme.

Es este el libro más luminoso y alegre de Carlos Marzal. Guarecido de la lluvia y la tristeza, es quizá también el más profundo y verdadero. Este ‘Parte meteorológico’ podría resumirlo:

Soy firme partidario
de los días con sol,
                                 pero también
me considero adicto
a los cielos de plomo
                                 y a la lluvia.

Quiero decir que soy
                                   un buen huésped del mundo.

La vida es un fenómeno atmosférico,
y el clima, al fin y al cabo,
ocurre en nuestro humor y en nuestra mente:
yo granizo,
                 tú nievas,
                                 él ventisca.

Si estoy cerca de ti, nunca tormenta.
Nunca neblina, cuando tú me imantas.

No quiero combatir mis adicciones.

Bajo el sol y la lluvia,
                                 las promuevo.