Las voces del texto
“Somos un país sin lectores que, de forma curiosa, continúa con un nutrido y valioso número de escritores. Al mismo tiempo, como durante al menos todo el siglo XXI, Internet no ha hecho más que radicalizar tal situación, se publica y se escribe más de lo que infinitamente se puede leer. Todo el mundo ansía escribir y, de un modo u otro, por algún canal consigue hacerlo, siquiera en blogs.
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Ante esta situación presentada la crítica literaria, queramos o no, es la judicatura de toda esa desbordante literatura (y la patronal es sin duda el mundo editorial). Ese lector cualificado que es el crítico debe mediar entre la obra de arte y el lector común para ayudarle a que la entienda mejor y la disfrute. Esta simple definición pondría en entredicho gran parte de los mejores esfuerzos académicos que hoy día se aplican a interpretar y «explicar» la literatura contemporánea, pues vienen envueltos en jergas ininteligibles para aquel que no se haya dado al fútil y arduo trabajo de aprenderla previamente, como ya se ha advertido en otras ocasiones. El esoterismo en terrenos críticos es, las más de las veces, síntoma de incomprensión. Los griegos no enseñaban a sus iguales nada que un niño no pudiese entender. Mediar entre los productos literarios y el lector de a pie es la función hermenéutica. La crítica debe juzgar, condenar o alabar, pero, sobre todo, analizar, no proporcionar informaciones huecas que nadie solicita”, escribe Francisco Estévez en “Valor de la crítica literaria”, uno de los artículos que ha recopilado en el volumen misceláneo Las voces del texto. Teoría, poética y comparatismo europeo, que publica Comares Literatura.
Sus veinte artículos sostienen un enriquecedor diálogo crítico con esas voces del texto que evoca el título en una sucesión de capítulos “de aliento comparatista y fondo teórico” recorridos por una constante reflexión sobre la creación y la función de la crítica.
De la modernidad clásica del Quijote a la voz plural de Pessoa, de la conciencia crítica de voces creativas como Poe o Eliot pasando por el recuento de la cosecha narrativa de 2015, por los límites de la autobiografía en el Siglo de Oro o la voz interior de Juan Ramón Jiménez en Arias tristes, Francisco Estévez asume conscientemente el riesgo de publicar un libro de crítica literaria.
Y precisamente porque sabe que al hacerlo confirma la afirmación de Montaigne de que “se invierte más tiempo en interpretar las interpretaciones que en interpretar las cosas y hay más libros sobre libros que sobre cualquier otro asunto”, también tiene clara la necesidad de la labor del crítico y su responsabilidad como orientador de los lectores en estos tiempos de confusión:
Internet ha abierto varias brechas tanto en el lado creativo como en el terreno crítico, pero los problemas siguen siendo los mismos. Internet no debe dirigirnos hacia el sinsentido, la crítica cuando es creativa nos acerca al consentimiento y a la comprensión de la alteridad del texto. En definitiva, trasladar las sutilezas del arte literario a la crítica solicita otras sutilezas. Pero siempre quedará la obra y si la crítica incentiva en algo es para buscar entre anaqueles la novela, el poemario, aquel drama, en las estanterías, en las librerías o las bibliotecas públicas o privadas, allí encontraremos lo que, las más de las ocasiones, el crítico quizá no supo transmitir.
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